Cada dos por tres los medios lanzan un artículo rimbombante con los nuevos descubrimientos de la ciencia de por qué los viejos llegan a viejos y no sucumben en el intento.
Por supuesto, lo más normal es que los artículos rimbombantes vengan acompañados de una lista de alimentos que, dicen allí, nos alargan la vida, y una larga lista de alimentos que –lamentablemente los más ricos-, nos la acortan –aunque también le inyectan una alegría desmesurada-.
Últimamente, sin embargo, los científicos son de la idea de que, más que evitar la chocotorta y el huevo con panceta, lo importante para llegar dignamente a la vejez es tener comportamientos positivos, de esos que no nos hunden en la depresión sino que te hacen sobrevivir a todo temporal. De ahí, que se han puesto en boga términos como la resiliencia o simplemente ponerle onda aún al vendaval, al barro, la muchedumbre, el piquete y River en la primera B. Aquel que ve el vaso medio lleno aunque el vaso esté prácticamente vacío.
Es decir, hasta ahora, juraba la ciencia, la gente que llegaba a vieja era atrozmente optimista y siempre tomaba un aprendizaje aún del desplomarse en la vereda recién baldeada. Sin embargo, estudios recientes –dirigidos por David Watson, que estudia la personalidad en la Universidad de Notre Dame-, advierten que el rasgo que más ayuda a vivir 100 años, y ver a todo el mundo como un puñado de niñitos malcriados no tiene que ver tanto con la alimentación ni con ver la vida color de rosa aún cuando sea negro petróleo. Lo más importante, concluyó Watson tras un estudio de ancianos recontra ancianos, es que la persona en cuestión cultive la escrupulosidad. Ser escrupuloso es la clave, según parece, de una vida larga y con muchos tataranietos. Se dirá, claro, ¿y qué era ser escrupuloso? Una palabrita que desgraciadamente ya nadie practica. Watson puntualiza: es ser organizado, disciplinado, cumplir metas a raja tabla, ser confiable, medido, y sobre todo, no andar cometiendo cualquier tontería riesgosa que pondría seriamente en riesgo las posibilidades de que usted viva 100 años y aumenta las chances de que lo entierren hecho un siete tras acometer la primera idiotez que la venga a la mente.
Claro, los viejos recontra viejos son gente que piensa todo dos veces o tres. Analiza los pros y en especial, los contra de cada paso que dan. No se junta con gente tóxica –es decir dado el índice de toxicidad social existente, vive todo lo aislado que puede-. Y tiende a recuperarse con más rapidez de un traspié: no porque la vida sea color de rosa –ya dijimos, pero lo repetimos: no lo es-, sino porque siempre tienen bajo la manga, un plan de contingencia para ponerse de pie y seguir adelante.
Así que, visto y considerando el descubrimiento de –elemental- Watson, puede abandonar ahora mismo la bicileta fija, dejar de sufrir dando vueltas al parque y volver a comer chocotorta con panceta a toda hora, y practicar ese sano hobbie del rascamiento de ombligo, siempre y cuando usted sepa, esté convencido practique a diario la bendita y casi extinguida escrupulosidad. La conducta que le dará la posibilidad de vivir 100 años o más y seguir siendo un bueno para nada.