Los plazos se acortan, aseguran los expertos. El avance de la inteligencia artificial, advierten, en breve –muy breve- podría alcanzar el coeficiente de los seres humanos que, considerando como viene la mano en los últimos años, no sería muy elevado que digamos.
Los expertos en IA debaten cuándo las máquinas llegarán a equilibrar nuestro conocimiento, y sobre todo, cuándo nos van a superar, algo que, estiman, se daría en menos de diez años.
El debate, considerando los puntos en contra que tenemos los seres humanos, no debería darse en cómo resistir o competir contra las máquinas, si no a qué deberíamos dedicarnos una vez que la humanidad entera sea considerada material de descarte. Meros barrenderos en un mundo tecnológico.
¿Qué nos quedará por hacer en un planeta donde seremos ciudadanos de segunda? ¿Nos dedicaremos a escuchar discos en vinilo y ver películas de los ’80 en VHS? ¿Viviremos en una eterna nostalgia recordando los días en que la humanidad tenía aún expectativas de evolucionar como especie? ¿Los perros, nuestros mejores amigos –esos hipócritas-, se irán sin más con sus nuevos dueños robóticos?
Creemos que estas incógnitas deberían ser tenidas en cuenta, pues soñar con que la IA nos tendrá en cuenta para empleos gerenciales o nos convocará a ver qué opinamos en despachos de gobiernos, será una posibilidad muy remota.
Cada vez que observemos el avance imparable de la IA, deberíamos preguntarnos en lo más profundo, si realmente, después de siglos y más siglos de gobernar este mundo, ya sin dinosaurios de por medio, guerreando solo contra nosotros mismos, ¿habremos hecho algo irrepetible, es decir, algo, una cosa mínima que no pueda ser replicada por bicho tecnológico alguno? ¿Podrá, por ejemplo, la IA hacer nuevos temas de los Beatles, o pintar como Picasso, o escribir como Capote, o lograr el disparate cinematográfico de Chaplin? En otras palabras, ¿podrá ser mejor ser humano que los propios seres humanos?
Estas son las incógnitas que todos nosotros deberíamos tener en mente, cuando llegue el momento, y golpeen a la puerta un puñado de robots armados –discretamente armados para no asustarnos- para anunciarnos que, lo sienten mucho, se nos acabó el turno. Ahora, ellos deciden.