Tal vez no lo supo. Quizás nadie se lo dijo. Es probable que últimamente usted haya estado distraído con la corrida del dólar, la recta final de las elecciones, y nadie se lo advirtió. Y claro, así hasta el cumpleaños de mamá se pasa por alto. Sin embargo, este 16 de octubre, al igual que otros 16 de octubre, se celebró el día mundial del pan. 

Es cierto: otros días del pan, traían más algarabía. Y los panaderos eran gente querida, y apreciada por la sociedad que ponían justamente el pan de la mañana para que uno untara religiosamente en sustancias varias y echara a andar así con su día. A veces incluso, aquel era el momento de mayor regocijo de una persona, atenazada por presiones de toda clase. 

Es que el momento tostada no se lo cambia por nada. No hay tuco sin la refregada de pan. Ni chorizo sin su sánguche. Sin embargo, así como tantas otras cosas en la vida, el pan también se vio jaqueado por acusaciones varias. Todo empezó con “Cerebro de pan” de David Perlmutter un neurólogo que acusó al pan de cosas horribles que, decía, produce sobre nuestro cuerpo, convirtiéndonos en seres tristones, berrincheros y sobre todo llenos de gases. 

Desde ese golpe al corazón, que pan no volvió a ser lo que era. Hubo claro, un boom revolucionario de panaderos que, para salir del paso, esgrimieron recetas de pan con masa madre: dicen que son mucho más benéficos. Y también de panes de centeno. Y demás. Porque lo que juran sus detractores es que, el asunto no es con el pan: el tema es con el trigo.

Ya no hay, en fin, alimento en este mundo que no haya sido señalado por el dedo acusador de algún científico aburrido. Pues así como se las agarraron con el pan, también abofetearon a la leche. Y así quizás los dos alimentos más tradicionales y arraigados de la humanidad, cayeron del ranking. Y del prestigio y la familiaridad, pasaron a sufrir la deshonra y el oprobio generalizado. 

A mí me gusta el pan. Qué quiere que le diga. Estuve años desencontrado con el pan comiendo en su lugar, galletas de arroz con membrillo, pero nunca nos llevamos bien con la galleta. Es demasiado crocante, demasiado insulsa. Hasta la dentadura protestaba por llevar el desayuno semejante alienígena. Así que, meses atrás volví a mi primer amor: el pan. Y también poco antes de dormir, me tomo un vaso de leche caliente. Y si un neurólogo o un nutricionista o incluso mamá, vienen a protestar por ello, tomo un pan de flauta –el más largo que encuentre en la bolsa- y les doy batalla. Les doy espadeo. Métanse con las galletitas, el alfajor, la vida sedentaria, o la ingesta irrefrenable de papa fritas. Pero dejen al pan tranquilo. Vitoreémoslo en su día. Gloria y loor. No hay honra sin pan. Cerebro de pan, tu tía.