No sólo el día de Halloween se extiende por el mundo entero cual gripe aviar, ahora resulta que el horror se contagia a los clásicos de Disney. Pasó este año con la reversión gore del clásico tiernísimo Winnie Pooh –sangre y miel-, que con 100 mil dólares de producción y aún con críticas flojísimas, recaudó millones y millones, y la imagen del oso atravesado por la maldad, pateando traseros y provocando hogueras a su paso, sigue dando la vuelta al planeta. Y así los productores descubrieron el filón de bañar en sangre la ternura y ya han comprado los derechos para hacer una truculencia remake de Peter Pan y, Dios mío, otra con Bambi.
Esta sed humana de ver todo patas para arriba, y meterle cuchillo a la pureza y la inocencia, es ahora un formato éxitoso de taquilla. Y la proyección a futuro es, por ahora, incalculable. De seguir la tendencia horripilante, veremos dentro de poco, a Mickey Mouse con una motosierra cortando a Pluto a y todo el resto de los amigos. A Dumbo, enloquecido, arrasando la selva con soplete. Y a la Cenicienta, tan cruel que hasta las brujas le huyen espantadas. Una vez abierta la puerta a la imaginación más oscura, el resultado es imprevisible.
Ahora bien, ¿por qué nos gusta teñirlo todo de negro? ¿Por qué el mundo zombie, vampiro, y sanguinolento copa hasta los cuentos infantiles? ¿Qué clase de mente perversa consume este género que sólo busca convertir de punta a punta la historia del cine en una pesadilla viviente? En un mundo así, donde la pureza ya no existe, donde la inocencia dura, como mucho, la primera semana de vida de un niño, es de considerar que un chico de 3 años ya vea como si nada películas de Bambis maléficos, y princesas que no son tan tiernas como parecen. Ese mismo niño, a los 8 años ya consumirá la saga del Padrino como si fuera puré de zapallo. Y para los 14 años, ya estará listo para liderar un cartel narco, o encabezar una nueva célula de la mafia rusa en el país. En fin, el abanico de potencial laboral es vasto y prometedor. En un mundo no apto para cardíacos, imaginamos, el terror llegó para quedarse.