Una de las pequeñas perlitas de la asunción presidencial de Javier Milei fue el detalle canino de su cetro presidencial, también llamado bastón aunque no es por renguera claro. El orfebre, para rematar su obra, había labrado en la mismísima empuñadura el rostro de sus queridos pichichos. Entonces sí, el cetro tenía la forma e impronta del nuevo mandatario.
Es poca cosa los objetos que rodean al poder en nuestra historia. Está ahí, medio perdido y rezagado, el famoso sillón de Rivadavia, que vaya a saber si era realmente de Bernardino y si a esta altura del partido, sigue sirviendo de sillón. Está, por supuesto, la banda presidencial, celeste y blanca, que es sólo vestida oportunamente para las fotos de la asunción. Y sólo queda entonces el cetro. El verdadero objeto de poder.
Por supuesto, los reyes, tiempo atrás tenían centro y tenían corona, y tenían tapado y un sinfín de objetos que engalanaban su soberano e indiscutido poder. Más honroso y luminoso el cetro, y todo el merchandising monárquico, más poderoso, se suponía, era el rey en cuestión. Está allá lejos y hace tiempo el famoso episodio de Napoleón quien se coronó a sí mismo. Uno de los actos más marcado de onanismo en el poder.
Un cetro por sí solo no hace demasiado. Será un mero bastón. O, en caso de las fuerzas de seguridad, un machete. Y punto. Impartirá unos cuantos moretones pero frente a otros objetos más poderosos –desde una ametralladora a incluso un gas paralizante, es poco lo que tiene que hacer.
Hay que llevar el cetro en su justo lugar. Por estos lados, el primero en emplearlo fue nuestro Manuel Belgrano que portaba uno de mimbre y luego pasaron a usarse uno de oro y marfil que Sarmiento ostentó junto a la famosa banda y se convirtió en el primer presidente que blandió el cetro con todas las de la ley.
Y así el cetro pasó de mano en mano, de sueño en sueño, de pesadilla en pesadilla, y a veces los presidentes se ordenaban hacer uno a medida –más altos, más largos, más petisos, más pequeños, de tal o cual madera-. Y así hasta llegar al de Milei con la estampa perruna en su empuñadora.
Por si quedaba alguna duda: ningún cetro nos va a salvar de la mishadura. Pero es hora de que, alguna inteligencia artificial le imprima algo de magia y nos devuelva las ganas de creer que, aquel en el poder, tiene verdaderamente el poder de cambiarnos para siempre.