Por más que exista una flamante red 5 g, internet de la cosas. Por más que gane Milei, prometa ajuste y una Argentina nueva. Por más que gane Riquelme en Boca, y el verano pinte más lluvioso que la sequía del año pasado. Siempre habrá mosquitos. 

Nos guste o no –más no que sí-, el mosquito reinará en el verano, cual eterno monarca jodido y despiadado. 

El mosquito no siempre es igual. O mejor dicho, no nos comportamos del mismo modo ante el mosquito. Un mosquito a plena luz del día, es un blanco fácil. Una tontera. Un bicho que no tiene chances de hacernos la menor mella. Le bastará con dos intentos de manotazo para librarse de él. 

En cambio, espere a que llegue la noche, váyase a dormir y, si no tomó los recaudos necesarios, el mosquito estará en su salsa y usted será, por así decirlo, su spagheti. El mosquito será, entonces y al fin, el amo del universo. O mejor dicho: de su habitación, de su cuarto, del ambiente de más intimidad de la casa. Y durante las 8 horas de su descanso, estará a merced de un bicho que no mide más que una mina de lápiz. Y que además, puede inocularlo –no todos- de un dengue feroz que lo dejará tendido en cama como un felpudo.

Qué podemos hacer ante esta amenaza feroz. Ya en Punta del Este anunciaron invasión potenciada de mosquitos y la intendencia dijo que no hará nada al respecto. Y la ola de lluvias y temporales por estos lados, sólo agravó el caldo de cultivo del bicho. Pues el mosquito ama la lluvia. Es su razón de ser. Es la cafeína de su esmerado trabajo cargado de paciencia, algo de malicia y mucha pero mucha sed de sangre.

Así que no importa lo mucho que usted se riegue con Off, o compre espirales y tabletas para mantenerlo a raya. El mosquito, si se toma su trabajo en serio, esperará la primera oportunidad –tal vez una salida indefensa de la ducha sin su debida protección- para darle el pinchazo justo en la zona más blanda y venosa de su cuerpo. Inoculándolo con un líquido magnífico que lo anestesiará el tiempo suficiente para que él tome la sangre necesaria de su cuerpo y le dé un plazo razonable para huir de allí, con el estómago lleno y el corazón contento. 

Deberíamos, para honrar este trabajo dedicado y casi milagroso de la naturaleza, donar todos nosotros una cuota de sangre anual y disponer de contenedores de sangre en las plazas de nuestra ciudad, para lograr una convivencia armónica y en paz con nuestros hermanos mosquitos. Que sólo quieren su ración y sobre todo formar una familia. Les encanta vivir en familia, en comunidad, y si pudiera intercambiar unas palabras con él, descubrirá que el mosquito es gente seria, profesional en su área, que muy en el fondo, sólo quiere quitarle a usted la porción suficiente para que, en definitiva, no se haga tanta mala sangre al divino botón.