Así como en otros países hay catástrofes climáticas, vientos repentinos huracanados, o azotes demenciales del mar que despierta de mal humor. Hay países que amanecen con la tierra trozada como si fuera cercenada por tijeras gigantes. Y lugares del mundo donde los ríos y mares desbordan, y todo se vuelve agua y más agua. En nuestro país, a Dios gracias, nada de eso ocurre, o sucede rara vez, en cambio, los medios alertan con titulares rojo bermellón, rojo semáforo cuando se dispara un evento que alarma a los vecinos y pone en jaque a la población nacional: los mosquitos.
Las invasiones de mosquitos se viven por estos lados con dimensiones catastróficas. Los noticieros reproducen videos apocalípticos de las, como llaman ellos, “nubes de mosquitos” que se mueven por las calles anochecidas de la ciudad como pandillas del crimen. Y, por supuesto, todos lo sabemos: buscan sangre. Nuestra sangre. La sangre de nuestros hijos. Nuestras mascotas. Nuestro ganado. Sangre: es lo único que les importa. Lo único que tienen en mente. Y para sumar alarma y efecto paranoico, ahora está otro mal aún mayor que el vampirismo: el dengue.
No todos los mosquitos son iguales, como ya sabrá por tanta campaña contra el dengue. El mosquito del dengue tiene lunares blancos y su vuelo no es el mismo: lo suyo no es la nube, lo suyo es el ataque solitario en vuelo bajo. El mosquito del dengue disfruta apuntando de su cintura para abajo. Es amante, por así decirlo, de la pata y el muslo. Le deja, tal vez, la pechuga y los otros miembros a su primo que llega en bandada y genera tanto miedo. Tanta paranoia. Tanta devoción a los productos con aerosol que lo salvan de día, y las tabletas y espirales que velan por él durante la noche.
Nos cuesta dar sangre hasta a un ser querido. Por eso, no estamos dispuestos a entregar la nuestra para la supervivencia y multiplicación de un bicho que, aún hoy, nadie sabe bien cómo hace para la de la noche a la mañana reproducirse tan rápido en modo plaga, y nadie sabe tampoco qué pito toca el mosquito en la cadena de la naturaleza, que todo lo equilibra, y todo lo pica. Soñamos, mientras los conductores de noticieros empalidecen diciendo la gravedad de la nube mosquitera, con un aerosol suficientemente potente, un aerosol, por así decirlo, metralleta, que nos permita enfrentar la nube cual Rambo 2024, y llegar al bronce y al heroísmo nacional con unas cuantas ráfagas bien merecidas de veneno. Y que vayan, sin ánimos de faltarles el respeto, a picar a su madre.