Cada dos por tres salta en los titulares la noticia de un osado que, mientras saca una selfie en un escenario de riesgo, sufre un accidente fatal que, en la mayoría de los casos le cuesta la vida. O como mínimo, queda lisiado.
Entendemos y respetamos el coraje y arrojo de aquel que se expone y juega el pellejo, siempre este mundo a media máquina, necesita gente valiente dispuesta a darlo todo. Sin embargo, cada vez que uno escucha que uno perdió la vida en busca de una foto de riesgo, no deja de pensar en la misma pregunta: ¿vale la pena?
Una semana atrás, fue noticia el turista que cayó y está grave al caer de un puente colgante en Córdoba, mientras, claro está, buscaba el mejor ángulo para la foto. Pero es una caso entre miles. Cualquier lugar del mundo donde uno vaya, siempre habrá un título en los diarios hablando de tal o cual que se desprendió de una cima, un puente, un avión, o un balcón y cayó en picada cual pájaro abatido por gomera, y se la dio contra el suelo. Por lo visto, esta gente no aprende con el ejemplo. Tanta noticia de otros que dan la vida por una foto, no los desaliente en su cometido. Al contrario.
Si uno lo piensa bien, todos nosotros nos jugamos la vida por algo. La damos a alguna actividad. Claro, no la jugamos entero, en una misma partida. Pero la damos a cuenta gotas. La vamos dejando la vida cual plazo fijo: todos los días un poco encerrado en una oficina o un negocio de mala muerte. Damos la vida por eso. Lo único que hace esta otra gente, es apostarlo todo: cara o ceca, negro o blanco, punto o banca. Son decisiones, lo aceptamos. Por más extremas que nos parezcan. Ahora bien, la pregunta clave es: de haber salido bien las cosas, es decir, de no haber terminado perdiendo el equilibrio y caído al vacío, si la foto en cuestión era lograda y la corajudo volvía a casa sano y salvo: ¿era una buena fotografía? Porque las fotografías son engañosas. Uno puede ver un amanecer explosivo y multicolor, pero resulta que cuando lo capta con la cámara, de eso queda poco y nada. Sólo un borrón naranja. Así pasa con todo. Incluso, y sobre todo, con las fotos de riesgo. Dar el pellejo por un click que tal vez nadie valore, eso sí que es una tremenda idiotez.
A veces imagino que el accidentado se recupera, e incluso recupera su cámara, y milagrosamente no ha hecho daño. La foto está allí. La foto por la cual casi pierde la vida está intacta. El hombre respira aliviado. Siente que, después del susto, y la reprobación de su entorno, ha logrado su cometido. Ahora verá el mundo, al fin, por esa imagen que casi le cuesta la vida. Y luego, para su sorpresa, descubre que una vez posteada y a la espera de convertir su imagen en un fenómeno viral y global y descollante, sólo obtiene un like. El de su madre. Y tal vez, con viento a favor, y algo de seria reflexión comprenda que es un reverendo idiota.