El mundo está tan loco que ya actos naturales como la sexualidad, el comer, ir al toilette y hasta dormir están puestos en jaque. Y ya nada tienen de naturales. Hay gente que no tiene relaciones. Gente que le cuesta horrores ir al baño –ahí tiene toda una metralla de ofertas para que el pobre vaya de una buena vez-. Gente que no come o come pésimo. Y por supuesto, la gran maldición de esta época: gente que no duerme. O duerme poco. O duerme mal.

Si vive en la ciudad, y hace un repaso por las caras de tanta gente que va y viene descubrirá que, muchas veces, todo ese hartazgo que le tira para abajo las facciones como un gomera, que le derrite los párpados, le frunce el ceño y le pone el labio del revés como simio malo, indica todo ello una sola cosa: esa gente duerme fatal.

En verdad, dormir fatal no es dormir poco. Pues hay gente que trabaja mucho pero duerme poco y bien. Bien, nos referimos a profundo. Un sueño como dicen los expertos, reparador. Porque, como bien podrá intuir, no todo sueño es reparador: tenga un sueño donde está desnudo en mitad de la 9 de Julio y se la pasa en el sueño corriendo buscando una tienda donde le vendan pantalones y una remera manga larga –porque además, en esta época ya hace bastante frío- y despertará con la sensación de que ha corrido una maratón. Despertará y sólo querrá una cosa: dormir.

Cada dos por tres, los medios citan un nuevo estudio, o algún experto que lanza tips para el buen dormir. Y hasta en la ciudad tiempo atrás se lanzaron los dormidores, o lugares de sueños: espacios en medio del bolonqui donde uno puede sacar un turno y simplemente dormir en un lugar acogedor. Luces tenues. Buen olor. Colchones cómodos. Un signo de los tiempos.

Gente con alteraciones de sueños que antes era algo raro, propio de los periodistas que trabajaban en el noticiero de la mañana, o los gremios con horario nocturno, pero era, ya les digo, una excepcionalidad. La gente dormía bien. Dormía con ganas. Dormía profundo. Y hasta tenía sueños internacionales donde visitaba otros países, aprovechando, en otras épocas, la oportunidad del dólar barato.

Los expertos del sueño coinciden en que uno, una hora antes de pegar el ojo, debería cortar todo vínculo con el teléfono. Pues la pantalla tiene algo hipnótico, algo que nos trae del lado del mundo de los despiertos, y no nos suelta la mano para tener un dulce sueño.

Otro mal hábito de los que duermen mal es buscar rendimiento en el sueño. Se fijan metas. Bajan apps al respecto. Se frustran si no la cumplen. Lo llaman ortosomnia. Por lo pronto, toda palabra que incluya el término –orto- yo le esquivo.

Los expertos hablan de concentrarse en cosas que uno le transmitan sosiego: no importa si es un campo abierto, o la goleada a Boquita. Lo importa es que, toda esa cascada de pensamientos, de punta a punta esté libre de humo, es decir, libre de preocupaciones.

Lo importante, advierten, es tranquilizar su mente analítica, su mente crítica, la que le trae tan malas noticias a lo largo del día, y destroza al gobierno, y a la oposición, y al jefe, y a toda es manga de vagos. En fin, a esa mente, es la primera que debe mandar a descansar para que lo deje en paz. Pues, y esto es lo más importante, dormir es un proceso natural. Biológico. Vital. Debería suceder orgánicamente como la respiración, el mirar, hablar, y demás. No hay que poner demasiada carga al respecto. El dormir sucederá. No se preocupe. Y si no sucede, hoy, o mañana, o pasado. Siempre piense el consuelo que tarde o temprano dormirá mucho. Pero mucho. Algunos lo llaman muerte. Usted llámelo, al fin, un merecido descanso.