Varias veces van donde leo noticias de una despedida desgarradora de un ser querido y mientras leo buscando si al pobre famoso le ha muerto un padre, una pareja hijos o un amigo, descubro que al famoso en cuestión se le ha muerto el perro. Y para serles franco me siento algo defraudado.
Los perros han subido tanto en el escalafón de nuestros vínculos que ya es muy difícil discernir quién está de luto por un ser humano y quien por una mascota.
En un mundo donde la humanidad está cada día más devaluada es natural que eso pase. Pero a veces a los medios se les va la mano.
Una semana atrás titularon: “El doloroso momento de Nacho Viale”, cuandoel nieto de Mirtha perdió a su pichicho. Digo: ¿No será mucho?
Un mes atrás una alumna se excusó de no cumplir con sus tareas porque estaba pasando según dijo, “un duelo por la muerte de Rony”. Tarde un tiempo en comprender que el duelo era por su perro y no su pareja. Y otra vez me vino la pregunta: no será too much?
Entiendo que el Can es el mejor amigo del hombre. Pero tampoco veo muchos perros afligidos por las muertes de sus dueños.Mientras haya quien les dé comida y una mano que les caliente el lomo, creo yo, pueden sobrellevar cualquier cambio de dueño.
Reacciono igual con esta sobrecarga de melodrama ante la pérdida del pichicho, que cuando veo en la cinta de los aeropuertos el reencuentro de los pasajeros con sus valijas. Las abrazan como si fuera un hijo que regresa de la guerra. Y luego nos quejamos de que la gente que sufre no tiene la ayuda que merece. Pero nunca van a despertar la empatía y la misericordia excepto que, claro, milagrosamente se conviertan en perros o en valijas.