Hace poco una estadística señaló que la generación Z, es decir los chicos de ahora, de tanto usar el móvil ya no saben mecanografiar. Es decir, ya no tienen idea de dónde están las letras en un teclado. Y es probable que, de seguir así la tendencia, los hijos de la generación Z tengan menos idea aún. Y quizás, vaya uno saber, para entonces ya no existan teclados. Uno simplemente expresará cosas con la mente y los dispositivos añadidos al cerebro enviarán mensajes sin necesidad de otras mediaciones.
Uno concluye que se hace viejo cuando descubre que, cada vez más cosas que aprendió en la escuela, ya no tienen utilidad. Como haber sabido de caligrafía con tinta y plumín, o una materia que se suponía sería utilísima para escribir a gran velocidad –la llamada estenografía-. Disciplinas que año tras año, dejan de ser destrezas útiles para la humanidad –o al menos así lo piensan quienes diagraman la educación-, y se vuelven piezas de museo, meras anécdotas para contar a nuestros hijos que nos miran con una mezcla de asombro y piedad.
Probablemente, así como ahora es clave aprender un segundo idioma como el inglés, dentro de poco ya nadie aprenderá otro idioma. Para qué: si allí estarán dispositivos que traducirán automáticamente nuestra lengua a la que queramos en simultáneo. Ya no es útil ni saber sumar ni restar: allá están las calculadoras. No es útil escribir a mano pues ya tenemos dispositivos electrónicos para hacerlo. Ya no es útil recordar pues tenemos alarmas, calendarios en el móvil, un sinfín de recordatorios tecnológicos que recuerdan por nosotros. Ya no será útil ni tentador aprender a tocar ningún instrumento musical, pues habrá dispositivos que tocarán por uno la melodía que quiera.
Más y más avanza la tecnología, más y más perezosos, nos ponemos. Más y más se acerca el futuro, vertiginoso, auspicioso, incierto, más y más tontos nos volvemos para aceptar el reto de lo que viene con dignidad.
Tal vez no sea nuestra contaminación ambiental, nuestra sed de poder, nuestra ambición de tener siempre más y explotar los recursos naturales y lo que sea que se cruce en nuestro camino lo que destruya el mundo. Tal vez sea simplemente, que la humanidad caiga en desgracia y toque al fin de su existencia por un simple hecho, en apariencia, inocente: se ha vuelto demasiado cómoda.