Que uno interrumpe demasiado. Que no presta atención. Que habla sólo de sí mismo. Que cierra la conversación unilateralmente. Que da consejos sin que se lo pidan. Este puñado de hábitos son considerados tóxicos por los expertos en comunicación. Ellos sostienen que si uno es proclive a practicar alguno –o por qué no todos-, también su vida será proclive a que nadie le dé ni cinco de bolilla.
Es una época extraña esta: en momentos donde, supuestamente gracias a la tecnología, estamos comunicados con medio mundo, resulta que somos pésimos para comunicarnos. Sin embargo, hay que estar preparados pues la comunicación seguirá yendo por más y por más: apenas estén listos los traductores en tiempo real 100%, podremos hablar con el mundo entero. Y, por así decirlo, joder nuestra comunicación con el mundo entero. Si no hacemos, claro, algo a tiempo.
Los expertos indican que la mejor forma de comunicarnos es, desde luego, teniendo en cuenta al otro por más que nos parezca un palurdo. Hay que escucharlo, y que el otro se sienta que nos importa lo que dice. Hay que evitar interrumpirlo –por más que debamos mordernos la lengua- y no darle consejo ni siquiera si tiene un moco en la mejilla o si está a punto de estrellarse contra un ventanal. Uno no lo interrumpirá y, llegado el momento, le ofrecerá diligentemente un pañuelito para contener la herida.
Jamás de los jamás lo insultará. Ni contradecirá lo que diga ese bueno para nada. Ni con palabras, ni con gestos ni, obviamente, con burlas. No le dará la espalda. No le dirá nunca que no. No le dirá ni que es feo, ni gordo, ni flaco. No le dirá que su nariz parece un problema de trigonometría. Ni que tiene granos. Ni que ha votado mal o que su equipo de fútbol es un desastre o que su pareja le es infiel con el portero.
La comunicación ideal es aquella donde el otro se siente a sus anchas y luego quiere volver a conversar con usted a raíz de lo bien que lo ha pasado.
Por eso, comuníquese con propiedad, y déjelo monologar a sus anchas. Y luego rece para que ese idiota salga lo más rápido posible de su vida. Y usted pueda seguir comunicándose a la perfección con otros buenos para nada de todo el mundo, que sólo quieren ser escuchados y, como todo niño, no toleran un no.