Que el mundo está colmado y parece un pañuelo, eso es cosa sabida. Que el ser humano es una plaga, un bicho tóxico del cual el planeta aún no sabe cómo quitarse de encima, eso también es cosa conocida. Y es así cómo, con una humanidad cada vez más desbordante en un mundo cada vez más apretado, hace que, por supuesto, el hombre decida –o se vea en necesidad- de vivir en casas cada vez más pequeñas.
Primero fue el boom de los que reciclaban vagones de tren y los convertían en hogar. No estaba mal: un vagón tiene espacio suficiente para lograr un monoambiente más o menos decente. La idea era maravillosa, pero no había tantos vagones para llevar el proyecto a gran escala.
Los chinos, claro, que son vanguardia en esto de vivir en una baldosa, diseñaron, por así decirlo, dormideros que son camas que parecen peligrosamente nichos de cementerios. Incluso, en países populosos como India hay hoteles que son eso: un hueco acolchado en una pared.
Pero ahora, apretuje mediante, las casas pequeñas, de diseño y a todo trapo –o, mejor dicho, a todo trapito- se han puesto de moda. Se llaman “tiny houses”. Tienen entre 20 y 50 metros cuadrados, son livianas, con mucha luz, y diseñadas con algo llamado “almacenamiento inteligente”. Y, por si fuera poco, algunas hasta vienen con rueditas –plataformas rodantes- para que las lleve a cualquier lugar del mundo.
¿Cuánto tarda en construirse una tiny house? Aproximadamente un mes, como máximo. En lugar de ladrillo a ladrillo, funcionan con paneles. Tienen instalaciones de agua y electricidad –lo único que no incluyen en la instalación del gas-. Y salen en el mercado hoy mismo 950 ml pesos el metro cuadrado. En Argentina ya son varios los que fabrican casas tamaño pañuelo, y se disputan un mercado de diseño que se disparó en Estados Unidos.
Hay quienes usan las tiny houses para ampliar su casa. O para cuarto de trabajo. Y hay, más aventureros, que los usan para dar la vuelta al mundo, sintiéndose siempre como en casa. Allá donde vayan, habrá un hogar dulce hogar que los acompaña.