Nos asombramos día a día con lo que cobran los futbolistas –los buenos claro-, o cuando nos enteramos la millonada que levanta en pala un actor de Hollywood. Nos pone de la peluca saber la torta de plata que pagan por una obra de arte moderno que uno, ni aún esforzándose, puede entender.
Es decir, nos llama la atención, claro, que algunos ganen tanto y otros tan poco pero claro: esas son las reglas del juego de este mundo. Hay rubros con coronita. Y otros rubros a los que nadie apuesta un centavo, más allá de la pericia de quien lo desempeña.
Sabiendo esa disparidad de juicios de valor, a uno no debería poner de los pelos enterarse que, por ejemplo, la última Miss Universo –la 73 por si le interesa el dato, y representante de Dinamarca- se llevó a fin de año 250 mil dólares. Pero lo más impresionante, el dato de color que dio la vuelta al mundo fue la Miss en cuestión conservaría la coronita de reina. Una elaboración de orferbería de primera línea cotizada en cinco millones de dólares.
Imaginamos que los reyes de Inglaterra, España y Países Bajos todos unidos, si uno junta todas esas coronas no le alcanzará ni para comprarse una de las medallitas de la Miss Universo.
Así son las cosas. Antes, los reyes llevaban coronas portentosas que eran orgullos de sus reinados. Hoy, andan a cara limpia sin nada encima e incluso a algunos les arrojan tierra, y los medios les arrojan cosas aún peores.
Por eso, mejor en esta vida que aspirar al poder y el dominio, ser una cara bonita, incontrastable e indiscutible que sólo por lucir bien lleva la corona más pesada, cotizada e importante de todo este bendito planeta.