La gente hará lo imposible para defender a su equipo. Sobre todo, justificará de mil y una formas si juega mal, si se va al descenso, si no convierte gol hace siglos, si la estrella no la emboca, si falla, si su club está atravesado por mafias, si el técnico es un bueno para nada. No importa: el hincha buscará en el bolsillo hasta encontrar una razón para defender el corazón del club, la esencia misma, los colores, el espíritu, lo que fuera. No dejará de hinchar por su club por más que llueva, truene, dinamiten la cancha, la conviertan en cadena de supermercado o que se la trague un alud. El hincha, le toque el club que le toque en suerte, lo llevará siempre, como se dice, en el corazón hasta el último día.
Sin embargo, llama la atención cómo esa misma gente que defiende a capa y espada a su equipo, ante el primer asomo de desgracia, la primera espina, irrupción de viento en contra, atraso en el vuelo, esguince de tobillo, anunciará a los cuatro vientos que ha dejado de creer en Dios. Y seguirá con su vida como si eso le quitará el peso de que alguien lo confunda con un ser de fe.
Esta gente no busca razones. No reflexiona de si el esguince sucedió porque lo forzó demasiado. O si la espina lo agarró mientras se paseaba lo más campante por un rosedal en pantalones cortos. No piensa y no le importa. Lo único que le interesa es quitarse la camiseta de aquel que cree en Dios y listo el pollo.
El ateísmo está a la vuelta de la esquina. En este mundo patas para arriba, no creer está de moda. Y los pocos creyentes son blanditos y atados con alambres. Están sobre la cubierta a la intemperie, temblando de frío de lo que vendrá. Al primer movimiento en contra, largan todo y cambian de bando. Toda excusa viene bien para saltar del mostrador, y vivir una vida sin cielo y sin Guionista.
Y así son las cosas. Lo vanal es importante. Y lo importante es vanal. Creer en Dios no es cool. Al contrario. Y resulta más fácil tener fe en Messi que en el mismísimo Jesús.
Imagen creada con Grok IA: Jesucristo con Messi