Luego de pasar décadas de mala fama, cargando sobre sus hombros las mil y una problemáticas del medio ambiente, a los cazadores les ha llegado su redención. No más oprobio. No más culparlos de la extinción de los animalitos más hermosos y amigables. No más películas donde los cazadores de rifle, son seres despiadados que sólo buscan jorobar la vida de todo lo que los rodea.
Se terminó. Llegó el fin de una era. Tal vez, con la avanzada de otras amenazas más tóxicas para el medio ambiente –pesticidas, pesqueros ilegales y minas a cielo abierto bombardeando montañas y contaminando ríos-, ya pocos señalan a los cazadores como responsables de los males del planeta. De hecho, en el norte, en provincias como Corrientes y Entre Ríos los gobiernos han hecho un llamado de emergencia: quieren que los cazadores, antes cuestionados y perseguidos judicialmente, ahora los rescaten. ¿De qué cosa? De la invasión de animales foráneos que producen millones de pérdidas, desplazan la fauna autóctona e impiden que la flora se restituya ante tanta avanzada salvaje.
Especies como el ciervo y el jabalí, asolan los campos. Rompen los silo bolsa. Y, sobre todo los jabalíes, atacan terneros, perros, caballos, todo lo que se mueva. Y destrozan cultivos. Y diseminan enfermedades.
Una vez, tiempo atrás, me tocó cubrir una nota en el famoso parque nacional del Palmar de Colón, en Entre Ríos. Fue la primera vez que los propios guardaparques permitían a los cazadores disparar contra los jabalíes sin ningún obstáculo legal. Recuerdo aún lo llamativo de ese encuentro entre enemigos íntimos durante años –pues uno perseguía al otro-, y poniéndose de acuerdo para acabar con la invasión de una fauna que no es nuestra.
Hoy en día, ese permiso sigue vigente y, ante la gravedad de la plaga, ha sido más flexible que nunca: un cazador hoy en día puede, en sólo una tarde, derribar a tres jabalíes, tres ciervos axis –esos hermosos que se ven en Disney, son la mar de jodidos cuando se amuchan-, y un antílope negro. Todo eso por excusión y por persona.
Así que ahí están los cazadores, ahora bienvenidos en los campos y parques nacionales, nuevos superhéroes en tiempos locos donde los animalitos también están fuera de control.
Recuerdo que nos contaban cómo se inició la invasión del jabalí: estancieros siglos atrás, los traían de España para cazarlos y comerlos. Un juego que, con el tiempo, acabó en amenaza regional: hoy, por ejemplo, el Palma de Colón, sufre la falta de renovación de sus palmares pues los jabalíes se ceban con los brotes y nos los dejan crecer.
A Dios gracias, aquí vienen los cazadores a salvar al planeta de su propia estupidez. Gente de rifle y pólvora que hoy vive su momento de gloria, y sueña con el día en que Disney le dé un protagónica y la princesa se enamore, fin de él, no del blandengue del príncipe.
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