El último domingo fue un día espantoso: nuboso, helado, agrio, triste, solitario y otoñal. Aún así, sorprendió ver las portadas de los diarios con la ciudad de Buenos Aires inundada de camisetas anaranjadas -¿o eran rojas?-. Un mar que desbordaba calles enteras y colmaba el Autódromo. Los runners. La última maratón de 15 k en la ciudad convocó a cinco mil corredores a quienes los vaivenes meteorológicos se lo pasan por la alpargata.
Pero, ¿por qué corre toda esta gente? ¿Para qué corre toda esta gente? Sólo unos pocos se subirán al podio y todos regresarán a casa sin siquiera una medalla, con una remera sudada y tal vez ampollas y dolores en músculos que ni siquiera sabía que tenían. Aún así ellos van. Asisten. Y corren.
Correr para ellos ya es parte de su ser, su cromosoma, su psiquis. Y es lo mismo que respirar: uno no respira cuando está lindo y sale el sol. Respira y punto. Para ellos, correr es igual.
No se sabe si corren en pos de algo o corren para escapar de algo. Yo, de hecho, me inclino por la segunda opción. En este mundo, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires, no hay nada por lo que valga la pena correr. Ni siquiera el bondi. Pero escapar, hay una infinita gama de posibilidades.
Es como esa suelta de toros en España que recorren las calles y delante, los corredores. Esos tampoco persiguen un podio. Sólo quieren salvar sus vidas.
Años atrás, nadie imaginaba que el deporte más masivo sería, detrás del fútbol, el running. La actividad más simple y primitiva del ser humano: poner un paso después del otro a gran velocidad, evitando, por supuesto, llevarse algo por delante.
No hay destreza aparente. Ni habilidad en el hecho de correr. Excepto, claro, las carreras cortas donde la velocidad lo es todo. Pero el running es más que nada un deporte psicológico: hay que aguantar como sea. Hay que desoír los dolores, los miedos y la voz interna que dice no way. Nunca llegaremos.
Es curioso: pero uno de los deportes más masivos por esos lares, es también uno de los deportes más bodrios para televisar. Más bodrio aún que el golf. Ni siquiera un relator avispado puede amenizar una transmisión de maratón. Tampoco hay charla debate posterior. Se corre. Se llega. Y punto. Sanseacabó.
Me pregunto si, vaya uno a saber, en el futuro no muy lejano otro deporte más aún original superará al running: el tecleo. Consiste en carreras multitudinarias donde cada uno teclea el móvil a gran velocidad. Ganará el que manda más mensajes en el lapso más corto. Pues así como correr fue el ejercicio por excelencia del hombre primitivo –si no corría, se lo morfaban- hoy en día el tecleadismo ha pasado a ser el ejercicio por excelencia del hombre moderno. Por eso, exigimos desde esta humilde espacio, fundar las bases del tecleo, ese deporte de dedos tan popular y vertiginoso que debería llegar pronto a los juegos olímpicos. Antes de que se nos acalambre la mano.