Ya nadie teme a Dios. Ni al demonio. Ni al infierno. Ya nadie teme a la culpa. A la bomba atómica. Ni al acabose total y absoluto. Más bien la gente, día a día, más y más, le teme a ese intríngulis de datos cruzados, ese ombligo digital que nos clava bien hondo en lo profundo de no sé qué: el famoso algoritmo. 

Y es que el algoritmo nos conoce muy bien, mejor incluso que nuestra propia madre. Tiene información clasificada de en qué videos nos detenemos, dónde pulsamos nuestro pulgar en señal de interés. Tiene nuestras compras. Nuestras atenciones. Nuestras dispersiones. Sabe bien dónde y cómo vendernos. Y sabe bien cómo asustarnos. Sabe cómo atraernos. Y sabe, sobre todo, cómo hacernos perder el día en pavadas que tanto nos encantan.

El algoritmo lo sabe todo y aún más: pues la información, toda esa preciada suma de clicks y miradas de atención, van a parar a una red de otros algoritmos y otra gente que, igual que usted, también le encanta la pavada absoluta y pierde un tiempo precioso viendo naderías.

No hay que ser muy avispado para darse cuenta que los algoritmos, poco a poco, aquí y allá, trabajando en una red mundial de cruces de bytes cual sistema circulatorio planetario y digital, conquistarán el mundo.

Y todo comienza con una pequeña dispersión. Si se demora lo suficiente en una foto de gatito, vendrán más fotos de gatitos. Si resulta que curioseó más de la cuenta en un plato de sushi, vendrán oleadas de sushi de todos los colores, videos, recetas y la mar en coche. Todo porque el algoritmo captó el infinitesimal pico de su atención y eso para él fue suficiente: allí emitirá su chorrada de videos y fotos que, sabe, son de lo más eficaces pues las ha testeado en otros seres vulnerables a su encanto como usted. Y sabe que no hay ojo que se les niegue. 

El algoritmo lo sabe todo. Y nos quiere más de su lado. Es decir, nos quiere pegados a la pantalla, absortos en qué se yo cuánta cosa. Nos quiere en vilo, vendiéndonos  mientras tanto una gama de productos emparentados con su interés que nadie más que usted y otros como usted comprarían. Nos quiere robándonos tiempo, robándonos dinero, robándonos días y años que no volverán jamás. Y todo por darle click un día y hace tiempo a esa foto de gatitos tan tiernos.