
Cada vez que visito la ciudad, descubro –o recuerdo- las caras de ciudad. Pues la ciudad tiene caras que uno no verá en ninguna otra parte.
En la ciudad, hay caras llovidas. Caras de malas noticias. Y caras de bochorno. Hay caras de pesadumbre. De pesadilla. Y de cera derretida. Hay caras de espanto. Caras de corridas del dólar, de disparada del precio de nafta. Hay caras de titular de Crónica TV.
Y caras de atasco en el microcentro.
Si, como dicen algunos, la realidad del alma se refleja en los rostros. Entonces, las caras de la ciudad no reflejan nada bueno. Son siempre como un mal pronóstico del tiempo: siempre habrá nubes, siempre lloverá, siempre sucederá lo peor.
Curiosamente, si uno ve en la ciudad una cara de buenas noticias. Es decir, una cara rozagante, rutilante, esperanzadora. Si uno ve una simpatía tal que todos en la muchedumbre del subte se dan vuelta para mirarla. Pues, como podrá ya concluir, una cara así en la ciudad es toda una rareza. Entonces, sólo quedan dos posibilidades: o que el portador de esa cara sea extranjero recién llegado al país –pues hasta los turistas pasados unos días, también les sobreviene la cara de ciudad-. O es que ha tomado una droga o está ebrio. Situaciones que alteran la cara de ciudad momentáneamente, mientras dura el efecto en cuestión, pero luego la cara de ciudad vuelve con más intensidad que nunca. Como si tomara venganza de aquel que se atrevió a alterarla usando sustancias que alteraran la rutina pasmosa de su pesadumbre.
Por otra parte, un portador de cara de ciudad verá la transmutación de su cara de ciudad una vez que deja la ciudad a sus espaldas, y escapa de ella por un buen rato –digamos, mínimo 20 días- y la cara –pues en definitiva, es una plastilina viva- recobrará su plenitud como florcita regada por la lluvia de primavera. La cara de ciudad se dispersará gracias a la acción de las olas, el viento y el sucundún. Y durará todo lo que duren sus vacaciones.
A veces, la gente en la ciudad se sopletea al sol de ciudad con el fin de quitarse esa cara, pero el efecto lo agrava todo: no hay nada peor que ver una cara de ciudad bronceada. Es como si el efecto del sol, el pavimento y el termómetro social, transformaran la cara de ciudad en una máscara de tragedia griega.
No hay caso. A la cara de ciudad, sólo se la apaga yéndose de la ciudad. Alejándose del hormiguero. Donde hay árboles, flora y fauna, arroyitos cada tanto, y sobre todo, caras y más caras de buenas noticias.
Imagen creada con IA Mistral


