
No sé usted, pero no quiero ver. No me interesa saber nada. No quiero ser testigo ocultar de cómo las cámaras registran el crimen de la semana. O cómo capturan al hombre que mató a su familia, o envenenó a su novia, o convivió con cadáveres en su casa como si fuera una mascota muda.
No quiero que mis ojos tomen parte en nada de eso. Déjenlos en paz. Ya bastante tienen con lidiar con tantos videítos y fotos publicitarias a lo largo del día. Por favor, no le metan más basura, más crímenes, más noticias policiales que no deberían salir de un juzgado o una comisaría.
Durante años, esta sed por saber, cual detectives, los pormenores de los crímenes, la cara de los asesinos y, el sumun del fisgoneo oscuro, reconstruir el crimen tal como ha sucedido. Hoy en día, las cámaras de seguridad nos dan un pantallazo de todo eso.
Y tenemos hoy un acceso total y absoluto al mundo del crimen, el hampa y todas las truculencias de la humanidad.
Y entonces: ¿qué se supone que hacemos con todos esos vídeos de crímenes? ¿Esas fotos de locos de atar antes o luego de cometer sus truculencias? ¿Imaginamos si merece o no una nueva serie en Netflix? ¿Nos reconforta el hecho de que, a la luz de semejante tremendismo y salvajada, bueno, nuestras miserias y traspiés son moco de pavo?
¿Qué habrá en nosotros que disfruta de la carnicería y el despelote visual? ¿Se regocija en la caída y el frenesí de la violencia?
En lo personal, no me importa qué es lo que haya detrás de todo ese pulso por ver la maldad en bruto. Sólo les pido: dejen a mis ojos en paz. Si son, como dicen, las ventanas del alma. Quiero tener mis vidrios lo más limpio posible. Y si veo mugre, desde ya, bajo la cortina.
Imagen creada con IA Mistral


