Se lo puede ver adonde quiera que vaya en la ciudad. Primero si mira en la línea recta, verá un adulto apesadumbrado. Súbitamente sacado de sus cabales, de su centro de adultez y su peso específico de hombre responsable y de trabajo. Luego, si tuerce la mirada hacia abajo, allí verá el problema: un niño. Un niño suelto y con ganas de gozar la vida en todo su potencial en día hábil y en horario de trabajo, momentos donde ningún adulto tiene ganas de vivir la vida en todo su potencial y menos en horario laboral. Un niño, sin ir más lejos, de vacaciones.

Hemos dedicado en este mismo espacio columnas y más columnas sobre qué hacer con los niños en vacaciones. Sin embargo año tras año, con la suelta de niños en receso escolar se da el mismo problema: el niño está libre, pero el adulto no. Es, en estos momentos delicados del año donde el niño descubre que sus padres están agarrados del sistema a través de una parte muy sensible de la entrepierna. El niño descubre, en estas dos semanas de inesperada libertad, lo que le espera: una adultez en prisión con salidas temporarias a visitar casa donde lo espera otra clase de celda. El niño se da cuenta, en un golpe de lucidez temprana, el por qué de tanta ojera, tanto vino a la noche y tanto Tinelli al divino cohete. El niño pone la pieza faltante para concluir que su futuro si sigue a esa gente, se pondrá color mocasín escolar.

Ay niños, niños. No hay Piñón Fijo que los salve de eso. No hay Spiderman que pueda romper la telaraña que atraviesa cada cosa en este mundo y te sujeta hasta que se te inocula el veneno y quedes dormido para siempre. No hay superhéroe que haya torcido cual fierro la dureza de este pacto con el demonio.

Por eso, niños queridos de mi corazón, la gran recomendación para ustedes en estas vacaciones de invierno es salir con sus padres de la mano, alegres y contentos. Paseen por la calle haciendo oídos sordos a la sordidez asfixiante de papá y mamá. Hagan como si nada pasara. Finjan que sus padres aún conservan cierta humanidad y conexión con ustedes a pesar de lo mucho que los vean meter las narices en sus móviles en una red también con nombre de superhéroe: Tinder. Y luego, niños queridos con esperanza y tesón, cuando vean la oportunidad en medio de ese paseo callejero vaya a saberse hacia qué bobada, se desprenden de esas manos de zombie, y corren. Corren sin mirar atrás. Corren como en las pesadillas donde son perseguidos por hombres lobos. Corren por sus vidas hasta donde les dé ese cuerpito que necesita ser salvado. Huyan de allí lo más lejos posible y encuentren a otros niños como ustedes. Sumen un lindo grupo, elijan al más emprendedor y creativo de todos ustedes, y acaben con todos nosotros de una buena vez.