No hay nada que le dé más temor a este mundo de calzón quitado, de bombacha al viento, y delivery pop sexual, que el recato. No vayan a hablar de pudor porque medio planeta dirá que uno es retrógrado. Un dinosaurio. Una pieza de museo destinada al polvo y al olvido.

Oféndase ante una mujer que a los 60 quiere mostrar su escote, y lo tildarán de carmelita descalza. Diga que hay ciertas cosas en esta vida que tienen un lugar y modo, y le dirán que es facho. Llamarán al a policía. Pedirán su extradición. Sus amigos le quitarán el saludo. Y su novia lo equipará a un producto vencido.

Es por esto que, hoy en día se abrió un debate impensado en Europa. En Francia, no hay escándalo por el topless, por las playas nudistas, pero sí lo hay por el burkini. Esas mallas cubiertas que permiten a las mujeres islámicas ir a la playa sin perder su voluntad de cubrirse. Se planteó el debate en los medios. Y los legisladores hicieron otro tanto. Creen que, en el país laico por excelencia, un burkini es señal de exhibir la pertenencia religiosa. Algo para los franceses, uf, pecaminoso.

Qué curioso este mundo: celebra a los atorrantes, y condena a los pudorosos. Catapulta en la web a las que pavonean el rabo, y sepulta a aquellas que se cubren y temen a Dios. Consagra a los piratones y hace bulling a los tímidos. Más que mundo. Parece teatro de revistas.