Borges Jorge Luis, qué bueno que era. Sus libros, todos clásicos. Sus palabras, todas memorables. Sus ocurrencias, trascienden tiempo y espacio. ¿Quién no quiere tener aunque sea una sola de sus ideas? ¿Una sola de sus metáforas? ¿Sus máximas? ¿Sus mínimas? ¿Una punta de sus canas? ¿El tizne de barniz de su bastón? Pero, la verdad de la milanesa indica que Borges no es contagioso. Y citarlo suele tener resultados impensados. Y la mayoría de las veces, adversos.
Es el efecto desodorante de ambientes. Uno sabe que apenas lee un texto introducido por frase de Borges, vendrá siempre acompañado de merda. Citar a Borges es el arma de los idiotas, el último recurso y manotazo de ahogado de aquel que sabe que no sabe nada. Se dice: “Al menos Borges dirá algo con sentido por mí”.
El escritor novato emplea a Borges empapado en pensamiento mágico. Se piensa que citarlo, es una forma de contagiarase de su sabiduría. Con esa misma lógica, uno puede pensar que por comentar una jugada de Messi, lo va a convertir en goleador. Una idiotez.
Desde hace años, soy docente. Y una de mis mayores ocupaciones es corregir textos de los alumnos. Y le digo algo: si bien yo ataco con dureza los gerundios, las exageraciones de palabras para decir una boludez atómica, y demás atropellos del mundo narrativo, no hay nada más grave, no hay pecado más pecaminoso que la cita de Borges. Cada vez que leo una cita de Borges me agarro la cabeza. Pienso: ahora viene el desastre.
Al fin de cuentas, ¿cómo mantener la expectativa que genera una cita de Borges? ¿Cómo, en definitiva, mantener con nuestro vocabulario berretón de La Salada, nuestros recursos limitados y deformados por la era de la imagen y la sequedad de Twitter, decía, como mantener la continuidad del vuelo alto de Jorges Luis?
Abunda tanto la cita a Borges, que uno empieza a dudar –y esto a Borges le hubiese encantado- si no será que mucho de todo eso extractos apócrifos atribuidos al gran Jorge Luis.
No importa el formato: si viene antecedido de frase de Borges, apártelo de sus ojos, es ácido. Tarde o temprano, le quemará. Bueno, al menos, si eso sucede. Si el ácido llega a tocarlo, le queda el consuelo de que tal vez no escriba como Jorge Luis, por mucho que lo cite. Pero tal vez, verá tan poco como él.