No queremos saber si Johny Depp es borrachín y de tanto en tanto, revolea alguna pieza de la cristalería de la cocina. No queremos enterarnos si Brad es o no es fumón. Es su vida y su matrimonio, o lo que era su matrimonio.

No nos interesa saber si un periodista deportivo es asquerosamente cheronca a la hora del levante.

No nos vengan con cuentos. Si vemos un chisme, le tiramos con gomera.

El chisme es el eslabón más bajo en la cadena mediática. Es el fast food de la comunicación.

Se lo come al chisme porque está a mano. Es muy jugoso, y colorido, pero a la larga o a la corta, joroba. Complica la digestión.

Es el arma del irrespetuoso. El as en la manga de aquel que dice “al final, son todos iguales”. El arsénico social que todo lo envenena, silenciosamente.

El chisme es fácil porque no necesita ni pruebas, ni chequeos. Uno, así como viene, se lo bebe de un trago. Sin colador. Y sin filtros.

El chisme engorda, emboba y envilece.

Nos hace creer que tenemos, cual Superman, derecho al a mirada láser y podemos meter las narices cama adentro, detrás de las paredes, entre sábanas, entre piernas.

Únase a esta cruzada mundial anti chisme. Es cierto: esto no hará su vida más interesante o más divertida, pero le dará tiempo para esforzarse porque así sea.

Este final me salió un poco Claudio María Domínguez. Sentimos mucho las molestias ocasionadas.