Si aún viviera Víctor Sueiro le hubiera encantado OA. Le hubiera encantado porque él, en especial él, la entendería. Dijeron que era la serie más extraña de Netflix. Y, la verdad, tienen razón. OA es extraña.

Tan extraña y sobrenatural y enigmática que la señal, la mantuvo bajo siete llaves hasta que decidió estrenarla.

Cansados de series de vampiros, de conspiraciones criminales, OA trata sobre las experiencias cercanas a la muerte. Un hilo inusual y jugado para la televisión –sólo tratado con éxito en pelis como la romántica y fastmagórica “Ghost” o la más aterradora “Línea mortal”-.

Sus creadores -Brit Marling, además protagonista de la serie, y Zal Batmanglij- se coparon tanto con los libros del doctor Raymond Moody que entrevistó cientos de pacientes que regresaron de la muerte, que decidieron hacer una tira de ficción. Grabaron ocho episodios de una serie que tiene tantas pistas esotéricas que uno puede buscar sus rastros en la mitología, en la angeología, y en reflexionar sobre lo que, se supone, es el purgatorio.

OA es retorcida y audaz. La historia de una chica rusa, de padres millonarios, que regresa de la muerte, escapa de su país, y se topa con un científico que quiere demostrar que la muerte no es el final, sino una puerta. Y está dispuesto a hacer lo que sea para demostrarlo.

La serie se retuerce, se ensombrece, se bifurca, se rompe en partículas de tiempo, y se tensa a lo largo de ocho capítulos, con tanta lucidez que uno no termina de saber dónde está parado. Pero quiere más. Y se pregunta ya por la segunda temporada.
¿OA es una historia de experiencias cercanas a la muerte? ¿Es una historia de ángeles caídos? ¿O es una historia de abusos cubiertos con evasión?

No lo sabemos. Tal vez, pase temporadas y temporadas, nunca lo sabremos. No importa: desde aquí celebramos que una serie indague en lo que verdaderamente importa: la vida, la muerte, el más allá. Todo lo demás, es juego de niños.