Primero fue Patti Smith, en la Gala de entrega del Nobel de Literatura a Bob Dylan. Patti debía cantar una de sus canciones más emblemáticas pero también una de las más largas y más cargadas de Bob: “A hard rain is gonna fall”. Y bueno, en un momento Patti olvidó la letra, pidió tres veces disculpas –“lo siento, lo siento, lo siento”-, se llevó las manos a la cara y el mundo se le tiró encima. Que cómo va a olvidarse la letra en semejante gala importantísima. Que cómo no se preparó lo suficiente. Que cómo convocaron a alguien tan poco serio.

Y ahora le tocó a Adele, un tropezón yen su tema de homenaje al difunto George Michael. La confusión fue en portada de muchos diarios del mundo, y su video se hizo viral. Cómo Adele, que acababa de ganar cinco Gramys, va a cometer semejante furcio y que se le escape una palabrota. Los periodistas, muy bichos, recordaron esa otra gala donde Adele, mire qué tremendo, “desafinó”.

En el mundo deportivo es la misma ecuación: cada vez que Messi erra un penal en el Barca, es noticia mundial. La gente se pregunta qué tenía en mente Lio para mandarla a la tribuna. Ya se van poniendo agoreros y deslizan que los días de gloria de Messi tal vez ya pasaron. Y todo por un penal que no llega, como corresponde a todo héroe, a la red.

Pensamos, nos confundimos en pensar, en que las celebridades son superhéroes, que cargan el peso del mundo sin que se les mueva un pelo. Y no les cabe un error. Sin embargo, así como disfrutamos de su consagración, también nos complacemos en verlos caer. Esperamos con paciencia de araña, el día en que la celebridad pisa el palito y les saltamos encima para devorarle las entrañas.

Tenemos la vara de medición de personas muy alta. Pocos pueden pasarla. O, para decirlo sin medias tintas, no se salva nadie.

El único que siempre está a salvo de todo error. El único que tiene excusas. Y un motivo válido para cometer errores –y se dirá, siempre aprendo de mis pocos errores-, es uno mismo. Porque uno siempre está al margen. Uno nunca cae. Uno es el héroe eterno que lucha en un mundo equivocado. Uno es el que sostiene el control remoto. El que tiene siempre la última palabra. Uno es el que juzga y empuña el martillo. Uno, como bien podrá ver, es un reverendo boludo.