Nunca la carrera armamentística mundial asumió, como ahora, un duelo tan varonil. Hay más tetosterona en juego en la escalada de amenazas entre la Casa Blanca y Corea del Norte, que en un duelo en la Bombonera.

Mientras Trump anunciaba que había arrojado en Afganistán la “madre de todas las bombas”, la temible, naranja y, por supuesto, enorme MOAB -9 toneladas de infierno puro -, el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un, mostraba con fanfarria en acto protocolar 60 bombas gruesísimas –más un misil intercontinental-, trasladados cual estatuitas de santos, en pleno desfile patrio. Tiene, se cree, almacenadas cinco mil toneladas de armas, mil de ellas son misiles. Está orgulloso el hombre de lo grande y punzante de su armamento.

Estamos en manos de líderes que entienden el domino mundial con los parámetros de ver quién lo tiene –el misil- más grande. Esta gente puede llevarnos a una tercera guerra mundial a raíz de un pleito de braguetas. Parece un mal chiste. Una comedia disparatada de los ’70 sobre la Guerra Fría. Pero, desgraciadamente, es la portada de todos los medios del mundo.

Una señal de alarma de que las llaves del posible Apocalipsis está en manos, como suele suceder, de un puñado de descerebrados que juegan a un duelo de virilidad. A poco del desfile de Kim Jong-un, se deslizó que el último lanzamiento de uno de sus misiles había sido un fracaso. Detonó a poco de salir del suelo. Trump tomó ese fallido como un triunfo. Su par, en ese pleito de machos, concluyó él, tiene eyaculación precoz.