A diferencia de otras estrellas musicales de los ’80 –desde Whitney Houston a George Michael-, la gran Tina Turner no murió. Ni mucho menos. Esa cantante aguerrida que sobrevivió a un marido golpeador –el productor y mano larga Ike-, que puso voz y ovario a un puñado de los hits más electrizantes del pop, está vivaz, locuaz y con dedicación full time al budismo.

Tina, nuestra amada Tina, melena de felino y taco aguja, ahora tiene 77, vive en Suiza –pidió, después de 20 años de vivir allí, la nacionalidad-, está felizmente en pareja, y canta mantras tibetanos con la sabiduría de aquel que batalló y vivió para contarlo.

Tina era –lo sigue siendo- una leona. Cada vez que ruge, los otros animalitos de la selva pop, callan. Ya tuvo una entrevista personal con el Dalai Lama y practica cada vez que puede los mantras canónigos del budismo –el camino que, dice, la sacó de la oscuridad de una vida más para cortarse las venas que para tener fe-. Ella, que nació en una familia cristiana bautista, sobrellevó el peso de una madre que no quería tenerla. Y encontró la fuerza, la paz y cada remedio habido y por haber, repitiendo las plegarias de Buda.

Pero, claro, la voz de Tina no es la de cualquier monja budista, cualquier carmelita budista descalza. Es la mismísima reina del rock and roll sacudiendo el cielo. “Cada persona tiene una canción dentro de su cuerpo. Eso es algo que aprendí a lo largo del tiempo. Uno puede repetir su nombre o este murmullo interior y te dará paz cuando estés triste”, contó Tina para el lanzamiento de Beyond, una serie de álbumes –ya van por el cuarto- con plegarias de distintos caminos espirituales. Ahora a Tina la llaman la chamana de la música y su video repitiendo el mantra Sarvesham Svastir Bhavatu, es un lujo que ya tuvo diez millones de visitas en You Tube. “Cantar por 35 años abrió una puerta en mi interior. Y aún si no volviera a cantar, esa puerta seguiría ahí”, dijo Turner y hay que creerle. Basta con hacer silencio, porque cada vez que abre la boca –en inglés o en sánscrito o la lengua que guste-, el mundo se detiene. Los ángeles paran la oreja. Y la vida, con Tina sonando, siempre es bella.