Uno es tan callado y el otro tan lengua larga. Uno es tan puro, tan angelito. Y el otro es un tremendo. Uno es tan de su casa que acaba de casarse con la novia de toda la vida, en su ciudad de la infancia. El otro, Dios mío, tiene un bolonqui de mujeres, y un tendal de demandas de hijos no reconocidos. Uno, su mayor pecado, es haber tomado quizás, una Coca Cola light entera y sin compartir. El otro, se tragó todos los pecados de este mundo y aún así sigue vivo.

Como habrá podido adivinar, estamos hablando aquí de Lio Messi y Maradona, dos personas con un don similar, origen humilde, y que a pesar de obtener mismos laureles, aplausos, millones y coronas, uno se ha comportado como un tipo noble y bajo perfil, y el otro, mamita querida.

Podemos echarle culpas a Guillermo Coppola, el manager de Diego que le abrió entre otras cosas las puertas de todas las delicias de este mundo –que cuestan caras y luego son tan difíciles de quitarse de encima-, o al juego de cromosomas que hizo de Diego un tipo llevado por el lado oscuro. Podemos decir que a Lio, en cambio, tener a su padre tan cerca lo salvó de las malas compañías. Pero bueno, sería reducir la complejidad de un alma a una suma de factores anecdóticos.

Ambos se esforzaron por llegar. Ambos triunfaron en Europa. Ambos se calzaron el 10 de la Argentina. Sin embargo, ¿por qué será que a Lio le dieron entera una estación de subte para decorarla con su estampa, y a Maradona no? ¿Por qué será que uno, a pesar de estar retirado hace tantos años, se mete cada vez más en los programas de chimentos, y el otro hasta durante la cobertura de su boda esperada e internacional, es un plomo para la conjetura y el periodismo cholulo?

Los periodistas que entrevistan a Diego, aún cuando les hable dos frases, vuelven con decenas de títulos para proponer, y una pila de escándalos bajo el brazo para tirar del hilo y saturar la semana con denuncias picantes. Entrevistar a Lio, en cambio, es un dolor de micrófono, no se le cae una frase original y titulable, ni por más que se la sople Duran Barba.

Un bicho raro, el ser humano. Y si ese ser humano, es estrella del fútbol, el espectáculo más grande del planeta, con tanto poder como las armas, las drogas y el Papa juntos, más raro aún.

Las nuevas generaciones, los futbolistas que arrancan y buscan referentes, necesitan figuras transparentes y sensatas como Messi, más entrenamiento y goles, y menos farra y botineras. Lo sabemos bien.

Los periodistas, sin embargo, nos inclinamos por los Maradonas, que generan ruido insensato, y portadas vendedoras, y minutos de debate en el aire al divino botón. Que producen documentales, películas y un elenco sin fin de rubias y niños de rulos que desfilan por los programas. El maradonismo es la sal irresistible de la vida mediática. Moriremos todos hipertensos. Pero a nuestro plato de cada día, nunca le faltará sabor.