Reconozco que los quise, y quién podía resistirse a quererlos. Divertidos, obedientes, laburantes, los Minions eran un amor. Parecían un reflejo del comunismo, pero con una pizca de joda y pachanga. Todos iguales y a la vez, todos distintos y sirviendo al amo del mal.

Disfruté a los Minions en Mi villano favorito 1 y, en la 2 algo menos, pero los seguí queriendo. Le compré muñecos de los Minions a mis hijos. Y les puse una y otra vez los cortos que hay dando vueltas en Youtube, sin pensar en que nada malo podían ocultar. Entonces, entendí todo: los Minions que antes habían venido a sacarnos risas, ahora empezaron a venir a sacarnos nuestro dinero. Ahí estaban esas bananas con pinta de mineros, vendiéndonos gaseosas, hamburguesas, papas fritas, y cuanta basura existe en este planeta y necesita una cara divertida para que algún desprevenido la siga comprando.

Los Minions se volvieron el último emblema del marketing salchichero. Hicieron piruetas para vendernos banda ancha, galletitas de queso, y la mar en coche. Trastabillaron, se golpearon y saltaron de la pantalla en pos de que le compremos un nuevo celular, una tarjeta de crédito un objeto infumable de la última tecnología. Y aún más alarmante, es que nuestros hijos, desde entonces, se inclinan a comprar tal o cual pavada, sólo porque hay un Minion en él. “¿No te das cuenta que son las mismas galletitas que antes no te gustaban pero ahora tienen la imagen de los Minions en el paquete?”, le digo a mis hijos. “Ni siquiera traen un muñeco”. Y ellos asienten con la cabeza pero siguen emperrados. “Ahora me gustan”, dicen. “Y vienen con un sticker”.

Qué le vamos a hacer. Las publicidades con Minion son el campo de preparción para cuando crezcan, pues el marketing en el mundo de los adultos funciona del mismo modo: por asociación. En lugar de ponernos a un Minion sacando la lengua, ponen un auto junto a una chica sacando las lolas. Y las lolas tienen el mismo poder de persuasión –o más- que un ejército de Minion. Lástima que cuando uno se compra el auto, descubre que viene sin lolas. Y, lo que es peor aún, ni siquiera las trae en un sticker.