Que se haya muerto Hugh Heffner, creador de la mítica Playboy, que haya esperado 91 años de su vida para hacerlo y que haya partido precisamente ahora, tiene un sentido sincrónico. Hugh eligió retirarse de este mundo, justo cuando los playboys están en retirada y es un capítulo cerrado y pisado.
El pillo, el piratón, que va de caravana en caravana, es cosa del pasado. Con tanta reivindicación femenina y empoderamiento de la mujer, el macho alfa corre la misma suerte que el pucho: se lo fuma afuera, con culpa y con carpa.
Tiempo atrás, el ideal de hombre que vendía Hugh, culto, refinado y mujeriego, era la aspiración de todo varón. Quién no hubiese dado los sueldos de un año para que lo inviten a una de sus fiestas a todo culor en castillos europeos o en su propia mansión en Beverly Hills.
Ahora, es un prototipo decadente y bajonero. Hoy en día, a los Isidoro Cañones de este mundo, les exponen sus bajos instintos delatados en Whats Up, los médicos le decretan una muerte temprana, y a los únicos que le interesa mantener su fuego vivo es a las malterías de whisky y al Casino Flotante.
Antes, el playboy era un hombre de mundo, canchero y calavera. Hoy, ese mismo hombre, permanece en casa sacando recetas de cocina vía You tube.
Antes, el playboy estaba rodeado de un halo de misterio y elegancia. Hoy, es puro tufo cancerígeno a tabaco.