Que Lucrecia Martel, se proponga dirigir la obra cumbre de Antonio Di Benedetto, una novela que, uno podría pensar, se resistía a ser llevada al cine, vaya y pase. Es el temor –o la ambición, depende de dónde se lo vea- de todo autor: que alguien, estando él vivo o no tanto, decida adaptar su obra a la pantalla grande, convencido de su potencial cinematográfico.
Hay tres escenarios posibles en el proceso de adaptar libros al cine: 1) Que el autor pueda supervisar su obra en vida, y este es el mejor de los escenarios. 2) que el autor haya muerto, y que un puñado de mentes creativas cinematográficas plasme su novela al cine, y tenga la supervisión –en el mejor de los casos- de alguno de sus herederos. Y 3) que el autor haya muerto, y un grupo de empresarios decida hacer plata con un libro que ni siquiera escribió.
¿Cómo puede suceder esto? Bueno, basta con ver la recién estrenada “Blade Runner 2049”, que continúa la “Blade Runner” original, basada en la novela de Philip Dick, quien, desgraciadamente murió tres meses antes del estreno en 1982.
Vamos a ser francos: Dick tuvo tiempo de ver un fragmento de 60 minutos de aquella versión original y quedó deslumbrado. Escribió una carta elogiando la adaptación: “No hemos hecho nada, individual o colectivamente, que pueda igualar a ‘Blade Runner’. Esto no es escapismo; es súper realismo, por lo crudo, detallado, auténtico y convincente que es, tras el fragmento que ví ahora encuentro que mi realidad palidece en comparación”, dijo allì y la celebró aún más: “Será una película invencible”.
Si tenía un talento Dick, más allá de la escritura –a juicio de quien escribe y de tantos otros, fue el autor más lúcido de la ciencia ficción-, era su cualidad visionaria. Blade Runner fue, a pesar de las malas críticas iniciales, un clásico. Y generó tantos millones que, 35 años más tarde, generó una secuela. En lo personal, no tengo nada en contra de las secuelas. No creo que, como suele decirse, las segundas partes sean siempre peores.
Basta con ver con Rocky II o incluso Volver al Futuro II. Sin embargo, “Blade Runner 2049” entra, podría decirse, en la categoría de herejía. ¿Y por qué motivo? Bueno, básicamente porque Dick no la escribió. No participó. No la tuvo en mente. Ni tuvo nada que ver –ni una línea, excepto los personajes protagónicos- con ella. Y esto, a mi entender, es ir demasiado lejos, ¿no cree?
No vamos a discutir aquí si la secuela de Blade Runner está bien lograda –como dice la mayoría- o no. Si la trama es atrapante. Si los guionistas han logrado una vuelta de tuerca fiel al original. O si es la mejor secuela de la historia. Me importa, todo eso, tres pepinos. Lo que debería respetarse aquí es el legado del autor. Quien puso su firma a la novela original, tras mucho esfuerzo, y una carrera de 30 años dedicada a la escritura de sci fi. Si quieren hacer algo similar, un poco de respeto muchahchos: al menos, no pongan el mismo nombre. El autor no está aquí con nosotros para aprobar o desaprobar el proyecto.
Es extraño y hasta gracioso que, justamente esto le suceda a Dick quien hizo de la noción de falso y verdadero –lo auténtico en sus novelas, nunca se encuentra- un debate existencial de toda su obra. Pero, como sucede con casi todo lo que ha escrito, él se anticipó a los acontecimientos. Philip tenía razón. Te queremos Dick. Y te extrañamos. Y por eso mismo, cometemos el descuido de robarte ideas sin previo aviso.