Los argentinos estamos al tope de la lista en pillería, pero andamos siempre cuesta abajo cuando se trata de encontrar a un guía espiritual. Alguien que, medianamente no sucumba a las tropelías y tentaciones de este mundo de cuarta, pero siempre tan apetitoso para darle una mordida.

No importa si se comprueba o no que el conductor Ari Paluch, autor de la saga de autoayuda “El combustible espiritual”, tocó con o sin intención a su compañera de trabajo, lo cierto es que su historia se suma a una larga lista de argentinos que pregonaron por la paz, el silencio y el bienestar meditativo y tarde o temprano los medios los han puesto en sus portadas pisando el palito.

Ahí está el padre Grassi y el maestro Amor, ambos acusados y condenados por abusos sexuales. Ahí está el verborrágico Claudio María Domínguez, señalado de defensor de manochantas, y con ataques repentinos de ira.

Qué bravo ser espiritual en el país de las botineras, del panelismo extremo, y las calles al desnudo como gran coreo nacional de Fabio Mendoza. Hay que tener determinación para bajar la mirada y recordar a Dios, en medio de las brasas ardiendo y la ropa que, de tan apretada, ya parece body painting.

Por otro lado, tenemos larga tradición y escuela en argentinos rebeldes way, cheroncas, y sinvergüenzas, pero nos falta paño para traer al mundo gente con pasta para transformarse en santos. Ya pasaron más de cien años desde el cura Brochero y Ceferino Namuncura. Y ya de la filosofía de Silo, nadie se acuerda.
Por suerte, aún queda en pie el Papa Francisco, nuestro Lio Messi, para hacer carrera celestial. El único que, Dios mediante, nos puede sacar las papas del fuego, y que no quedemos fuera, para siempre, de ese otro mundial que se juega en el paraíso.