Con toda esta búsqueda frenética del submarino ARA San Juan y los 44 tripulantes argentinos, en medio de la desesperación, la supuesta falta de oxígeno y demás peligros en ciernes, uno se pregunta: ¿para qué corno inventó la humanidad algo tan contraproducente como un submarino? Digo yo: ¿por qué no nos quedamos en disfrutar de la superficie en barco, la bella línea horizontal del horizonte, el mar meciéndose por todas partes, y nos dejábamos de jorobar de una buena vez?

Parece que, así como todos los caminos conducen a Roma, todas las invenciones conducen a Leonardo da Vinci. Y el bosquejo más remoto en la antigüedad de lo que sería un submarino se lo debemos a él. Pasaron años hasta que un loco llamado Cornelius van Drebbel se lo tomó en serio: envolvió un bote con pieles, lo enceró y se metió con un puñado de amigos durante tres horas bajo el agua. Esto fue en 1620, sobre el Támesis en Inglaterra. Para moverse empleaba remos. Y aún se discute cómo hizo para respirar allí abajo –¿utilizó tubos que salían del agua?-. Lo que sí se sabe es que, para subir y bajar el primer submarino, Cornelius utilizaba vejigas de cerdo que llenaba y vaciaba según la necesidad. Un demente hermoso.

En 1776, a David Bushnell le debemos el primer submarino con fines milicos. Era de madera y su función maravillosa era colocar explosivos debajo de los barcos enemigos. Un dulce, David.

Tiempo después, llegó la tecnología y John P. Holland y Simon Lake fueron los padres de los modelos modernos –algunos países adoptaron los de Holland, otros los de Lake, iba en gustos, vio-, más parecidos a los que vemos hundirse hoy en día algunos con mejor suerte que otros.

Todo este introito whikpediero, señor lector, para contarle que, en líneas generales, el submarino siempre me dio mala espina. Siempre olió a gato encerrado. De todos los vehículos, el submarino es el más canuto de todos. El más ladino. El más traicionero.

Cada vez que hay una guerra, junto con los misiles, lo primero que se envían son submarinos. El tanque siempre pareció el hermano fuerte y bobo de los vehículos militares. Y el helicóptero el primo debilucho que lo voltea el primer resfrío. Pero ahí está el submarino, siempre escurridizo como funcionario kirchnerista, agazapado y dispuesto a atacar cuando ya nadie piensa en él. “Eh, dale”, uno tiene ganas de gritarle, “¿por qué no das la cara y te convertís en barco?”