Para hacer comedia en este mundo, hay que estar loco. Y para hacerlo realmente bien, hay que estar prácticamente al borde de la internación. Tiempo atrás, le pidieron a un loco hacer el papel de otro loco. Pedírselo fue, por supuesto, otro acto de locura. Pero la locura tiene algo que raramente vas a encontrar en este planeta: la locura tiene chispa. Y eso es lo que sucedió.

El resultado de ese par de locos, y toda esa chispa junta, se llamó “El mundo de Andy”. Una bio pic donde Jim Carrey –loco number one, depresivo crónico, demandado por la familia de su ex novia, que lo acusan de motivar su suicidio- interpretaba al fallecido Andy Kaufman –loco number 2, comediante de culto y de mil caras, revulsivo e impredecible-.

A Carrey la película le valió un Globo de Oro. Pero a sus compañeros de rodaje los metió en una pesadilla. La leyenda cuenta que Jim se mimetizó tanto con su rol de Andy –ya lo dijimos, esta gente está loca bien loca- que aún cuando las cámaras se apagaban, seguía siendo Andy. Y, por consiguiente, los personajes que interpretaba el propio Andy y que ni él mismo sabía cómo quitárselos de encima.

De aquel set de filmación boquiabierto quedó un registro de 100 horas de filmación. Y recién ahora, Netflix acaba de estrenar sus resultados –Jim & Andy: The Great Beyond-. El documental que atestigua aquella deliciosa demencia actoral, ese homenaje a la comedia sin límites y sin tiempo, es un manual que debería ver todo estudiante de actuación. Es, locura mediante, un testimonio vivo de qué pasa cuando un actor lleva su papel hasta las últimas consecuencias. O, para decirlo de otro modo, qué sucede cuando un actor lleva la broma demasiado lejos. Los otros al principio se ríen, luego se alborotan, luego se abochornan, luego lo amenazan, y al final se resignan.

Cómo lo queremos a Jim. Es nuestro héroe de la comedia. Cuando arrancó con esto –recuerden las dos Ace Ventura, donde hacía de un detective de mascotas, una historia olvidable que él convirtió en boom taquillero- lo tildaban de payaso. Pero Jim le puso el pecho a las balas y se convirtió en algo más que eso. Se convirtió en el rey de de los payasos. El actor que hizo de la comedia una segunda piel. El tipo que tuvo una vida tan dura, madre enferma, infancia de abandonos, que fue el motor justo para transformar toda esa merda en risa.

Hay que ver “El mundo de Andy” y ver luego, el backstage de toda esa demencia en “The great beyond”. Entonces, uno puede comprender que la locura tal vez no sea sana para nadie, pero, de tanto en tanto, la locura es genial.