¿Alguien puede decirme dónde han ido a parar los vasos? Pues, por mucho que uno transite restoranes de Palermo, o bares con aires de artesanal y progre, todo lo que encuentra allí es un puñado de frascos.

¿Hay una parte de la historia que nos hemos perdido? ¿Es que los vasos han hecho algo malo a nuestras espaldas y esta es nuestra forma de castigarlos? ¿Llegará un momento donde se le levantará el castigo y volverán a su lugar en la mesa? ¿Será una condena de por vida?

No es por defender a los muchachos de la industria del vaso, pero hasta ahora vienen haciendo un buen trabajo: los vasos son cada vez más baratos. Es cierto: se rompen fácil pero, si uno es lo suficientemente cuidadoso, puede tener un mismo vaso por diez años. Si usted vive ochenta años, es de creer que sólo necesitará reponer vasos ocho veces en su vida. Piense en todo lo que cambia el cartucho de impresora, la lamparita, la birome, el celular, las medias. El rubro vasos es un rubro muy generoso.

Por otra parte, ¿quién fue el primero en decidir que uno podía beber sin problemas de los frascos? Yo entiendo que, si uno es ecologista y quiere tomar la decisión es de reciclar su envase de mermelada, puede hacerlo, pero, ¿por qué plantarnos el frasco al resto de los mortales que solo queremos beber y seguir con el trabajo?

No sé a usted, pero a mí beber de un frasco tiene la misma onda que morder una milanesa dura o una pizza demasiado gomosa. En otras palabras, no le da el taller.

Los labios, acostumbrados al acto de beber en vaso, se entreabren apenas una línea para dar entrada al líquido. El frasco obliga a que uno abra aún más, y en seguida más que beber, se produce una inundación oral.

Usted me tildará de obsesivo, pero le digo una cosa: hoy arrancan con los vasos. Mañana vendrán por los platos a cambiarlos por cartones de la pizza. Y al final terminaremos comiendo el asado con escarbadientes y tijeras. Sean ecologistas. Yo los apoyo. Y les deseo el bien. Pero devuélvanme mi vaso de una fucking vez.