Con el aluvión de mandatarios de peso internacional, su visita quedó un poco, y con cierta razón, ensombrecida. Entre Trump, el presidente Chino y Angela Merkel, escasas líneas quedaron disponibles en los periódicos para dar espacio a la visita del Mirasol. Delgado, puntudo, ojos chispeantes. Algo de barba blanca cual cepillo. Un poco chamuscado. Otro poco agotado. Lo encontró un vecino en Turdera y lo llevó a un parque de aves: el parke Finky, que alberga cien clases de pájaros. Nunca, que se tenga memoria, llegó un mirasol grande a Buenos Aires. La razón: es pájaro tropical. Los expertos señalan que, a duras penas puede llegar hasta el norte del país, en Formosa y el Chaco. Pero más abajo, jamás. ¿Con qué sentido? Sería una condena a muerte.

Pero algo, ahora, lo trajo. Algo ahora lo desvío de su bandada y se atrevió a ir más al sur. Siguiendo un impulso plumífero.

¿Qué refleja la visita del Mirasol grande a Buenos Aires, de pronto transformado en estrella meteórica entre los fotógrafos de aves de la ciudad? La venida del Mirasol es un reflejo patente y alarmante de aquello que los científicos pronostican con pilas y pilas de estudios: el planeta se vuelve día a día más caliente. Que Buenos Aires lentamente se transforma en ciudad tropical ya no es pronóstico y vaticinio lejano: se ve todos los días. Inviernos menos crudos. Veranos más asfixiantes. Tormentas rampantes. Pero hasta hoy, nunca una muestra tan patente sucedió del cambio climático: cambian las condiciones, cambian, entre otras cosas, flora y fauna. Y vienen Mirasoles. En principio, en vuelo audaz y solitario como el de Turdera. Luego, tal vez, como sucede con los inmigrantes humanos, vendrá el resto de la familia. Al comienzo, se lo mirará como se mira siempre lo nuevo: con sorpresa y admiración. Se subirán miles de selfies en redes con Mirasoles en plazas del barrio. Con su rictus desconcertado, barbudo, plumoso y jamás sonriente. Los niños lo señalarán a los padres. Y los padres explicarán la historia del cambio climático y de ese primer representante que llegó, osado y pionero, a Turdera. De la sorpresa, pasarán a las costumbre. Y de la costumbre, multiplicados meteóricamente en número, los vecinos se sentirán incómodos. Dirán , tal vez, que el trinar del Mirasol es un poco desafinado y a todas luces molesto. Que las heces del Mirasol son ácidas y corroen veredas y terrazas. Que, en fin, el Mirasol es un dolor de cabeza y que debemos terminar con ellos. El congreso deliberará sobre el destino de Mirasoles, de pronto, multitudinario y copando toda plaza, anidando en todo balcón. Y la legislación no tardará en llegar: se resolverá la compra de halcones que, entre diversos hobbies, se dediquen a devorar Mirasoles. Y así el Mirasol, antes exótico y fotografiado, irá raleando en el espacio aéreo porteño. Los balcones liberados. Las plazas reconquistadas por palomas y chingolitos. Los niños señalarán la belleza y majestuosidad de los halcones, cada vez más gordos. Ahora, cómodos y sintiéndose como en su hogar. De pronto, multiplicados y en meses transformados en nueva plaga. Se hablará de los halcones que cantan desafinado. Que las heces con ácidas. Y vuelta a empezar.