Todo el mundo preocupado porque no le roben el celular en la calle, porque no le hagan salidera bancaria, porque  no le quiten esto y aquello que, creen ellos, es irrecuperable, y no se dan cuenta que le roban algo mucho más importante e insustituible: su tiempo.

Hay una app que, hoy en día permite calcular un dato que pocos se atreven a mirar: la cantidad de horas que pasamos mirando la pantalla del celu. La app no tiene piedad y hasta discrimina el tiempo que uno ha pasado paveando en lugares donde sólo se puede pavear. Me lo anunció días atrás mi esposa quien, valiente ella, decidió chequear por su cuenta su propia estadística: en una semana le dio ,Dios mío, 29 horas frente a la pantalla del celular. “Es un montón. ¡Más de un día!” Se comprometió, como quien encara una dieta, a bajar su tiempo en redes. Y en seguir notas infames en Infobae.

La vida es como un bote. Se trata de llegar al otro lado de la orilla. Pero el bote está lleno de agujeros. Lleno de apps que  nos quitan tiempo y agua por todas partes. Cuando nos queremos acordar, nos descubrimos repitiendo la misma frase de siempre: “Pero no tengo tiempo”. El tiempo es el mismo para todos. Algunos lo invierten bien. Y otros son víctimas inocentes del robo descarado de horas que no vuelven. Una chequeadita por aquí del muro de Face. Una espiadita por allá, del desfile de fotos en Instagram. Un merodeo por los diarios locales. Un puñado de charla e ingesta de videítos en Wapp, y el día se pasa como un tiro. Y las semanas se pasan como un estornudo. Y el año, y la vida como un abrir y cerrar de ojos. Cuando queremos recordar, ya somos grandes, peinamos canas, ojeras, y aún tenemos un sinfín de wapp por contestar esperando su turno para robarnos lo último que nos queda.