Se conocieron 18 años atrás, en una clase de yoga. Él sabía quién era. Ella no sabía quién era él. Se hicieron amigos. Y luego, hicieron pareja. Tuvieron un hijo de nombre estrambótico, Merlín Atahualpa. Se quisieron. Se quieren y se querrán.
Una pareja por la que pocos apostaban tres centavos, y hoy es bandera de que el amor, aún entre dos famosos es posible.
¿Por qué será que uno desea tanto la felicidad de Ricardo Mollo, músico de Divididos, y la estrella y diva Natalia Oreiro? ¿Los quiere quizás porque no los vio nunca sacándose trapitos al sol en medio de programa chimentoso? Se quieren y no meten terceros en discordia. Nos ahorran un sinfín de escándalos al divino botón. Ricardo y Natalia tiene algo impensado en estos tiempos: estabilidad, respeto y una relación duradera. Una familia no muy tradicional pero familia al fin.
“Es una persona iluminada, que le da luz a mi vida y a la de mi hijo. Me cuida en todo. Se preocupa por mi salud. Se asusta cuando no paro”, dijo, hace poco, ella de él.
No la tuvieron fácil. Los medios le tiraron con todo: dieron la pareja por acabada en el 2015. Dijeron que ella tenía otro –un reconocido actor-. Que él tenía otra –una reconocida rockera-. Que ella estaba embarazada. Que él ya estaba en otra. Que era, sentenciaron “una crisis profunda”. Pero ahí están ellos, juntos y firmes. Creativos y exitosos. Independientes y complementarios. Y lo más milagroso de todo maravillosamente normales.