Durante un buen tiempo los argentinos nos acostumbramos a dar a luz a ídolos más bien turbulentos que cada dos por tres, saltaban de la gloria a la sección policiales, de Revista Caras a Crónica TV en un abrir y cerrar de ojos. Desde Carlos Monzón a Maradona, y desde Charly García a Ringo Bonavena, la estrella que luchaba por quitarse de encima su propia sombra se había convertido en un sello made in nuestro. Y lamentablemente esa sombra tarde o temprano ganaba la partida.

A lo largo de décadas, uno simplemente esperaba a que el ídolo de turno cayera cual cometa, deslucido y sin fogoneo, en su tren loco por estrellarse contra la tierra. A veces era cuestión de años. A veces, el ídolo se venía abajo en caída libre a poco tiempo de su consagración. Afortunadamente, a veces la ola, a pesar de la caída social, el aumento de la pobreza, y la crisis profunda del argentino a todo nivel, se revierte. Allí está la carrera honrosa, familiar y consagratoria del gran Manu Ginóbili, que acaba de retirarse. El temple de acero que cae y vuelve a reponerse de Del Potro. La resistencia al engreimiento de nuestro star absoluto Lio Messi. Luminarias que demuestran que ser una estrella no lo convierte necesariamente a uno en un pelmazo que se lleva el mundo por delante.

Esta gente una y otra vez son ejemplos de que la fama y el reconocimiento no es como la maldición de El señor de los anillos: un anillo codiciado y poderoso que ensombrece a todo aquel que lo porta. La fama tiene el mismo filo cortante del dinero: se pueden hacer un sinfín de cosas con ellas siempre y cuando uno no lo use para cortarse sus propias venas.

Extraña época esta. Mientras una multitud de anónimos se sienten famositos gracias a redes sociales potenciadoras de ego, y se da un ascenso meteórico de star en la era de lo instantáneo, los verdaderos héroes locales milagrosamente vienen con los pies en la tierra. Hacen su trabajo. Disfrutan de la vida. Y no andan por ahí, embarazando gente, atropellando inocentes y haciendo lío en boliches. La fama y el reconocimiento contiene el mismo mecanismo del sube y baja de plaza: cuanto más el famoso decide hundirse en el anonimato y la muchedumbre, más eleva las acciones de su reconocimiento.

Dios quiera que, en tiempos donde todo perejil se convierte en star por obra fortuita de la inmediatez y la multiplicación insensata de mensajes en la red, las verdaderas estrellas sean ejemplos de que más que chiquicientos like en donde sea, vale un kilo de honor.