La vida avanza tan rápido que es suficiente con echar una miradita a las liquidaciones para ver que muchos de esos objetos hoy tirados y amontonados a precio de ganga, fueron no tan lejos ni hace tanto tiempo, joyas codiciadas por todos nosotros. Por lo pronto, no hay paisaje más desolador que una disquería: cidís importados que, tiempo atrás, eran codiciados y pagados a precio dólar, ahora son un descarte deslucido. Un objeto que nadie quiere y a nadie le importa, ni siquiera a los coleccionistas.

Los cidís están tan baratos que sólo falta que el dueño salga a la calle y ruegue para que alguien se los lleve. Primero vinieron por los discos. Luego por los casettes. Entonces se llevaron a los cidís. La cuenta regresiva de los objetos que desbarracan y caen en el olvido, se sucede  cada vez en una cuenta más breve.

Con el rubro películas ocurre la misma cosa: temporadas completas de dvd de series de culto de los ’90 rematadas a precio de par de medias. Ver lo que cuesta y pagar por eso, da hasta un poquito de pudor.  

La velocidad del mundo no sólo implica lo rápido que viene lo nuevo, también significa lo rápido que eso nuevo se convierte en viejo y choto. El tiempo de interés humano se acorta. La tostadora eléctrica de ayer, ya no tuesta el pan de hoy.

Tecnología de punta, a menos de diez años, son piezas de museo. Lanzamientos rimbombantes como el blue ray, hoy es tema lejano de charla de nostálgicos como quien conversa de las películas de Charles Chaplin.

En ese orden de cosas, espero el día en que el Iphone, ya sin brillo ni novedad ni status, deambule, cual mendigo en la calle, en pos de que alguien se digne a acunarlo entre sus manos y le dé nuevo un hogar.