Poco se sabe de la familia de ese inmenso monumento musical llamado Bob Dylan. Apenas el paso de tibia fama de su hijo Jakob, quien lanzó carrera musical con su banda Wallflowers, reservadísimo y bajo perfil. Pero ahora hay una nueva luz en la familia Dylan: Pablo, el nieto de Bob, e hijo de Jesse, cineasta –dirigió una parte de la saga de American Pie-.
Primero Pablo probó con el rap a los 15 años y no le fue muy bien que digamos –fans de Bob le llegaron a decir: ‘Muérete’ como si su existencia fuera una extraña afrenta a la familia-. Y ahora, a los 24 lanza carrera en el folk. Pablo es una versión regordeta y adolescente del abuelo Bob. La voz es una rara amalgama impregnada por el gen de la familia. Y sus letras, claro, son la sombra de Dylan. Acaba de sacar un EP que es muy esperanzador: “The finest somersault”.
Debe ser duro cargar con semejante apellido. Pablo para sentirse libre y sin apellido se presentaba en bares con la guitarra y pedía simplemente si lo dejaban tocar. Si le daban el no, se quedaba cantando en la calle. Y veía si lo suyo era verdaderamente atractivo o no. De cualquier forma, no se queja. Al contrario. “Este es mi apellido. Mi linaje es mi linaje. No voy a escapar de él”, confesó Pablo en una entrevista en la Rolling Stone. “Amo a mi abuelo tanto como un nieto ama a su abuelo. Y estoy muy orgulloso del trabajo que él hizo. Pero yo hago mi propia música”.
No baila. No hace muecas en sus videos. No quiere agradar. No viste con lentejuelas ni lleva pins ni tatuajes de ninguna clase. Sólo busca que su música se imponga más allá de todo apellido, por fuerza propia. Y con la frente en alto e inflando pecho, Pablo –le pusieron así por Neruda-, dice sin medias tintas: “Quiero ser el mejor músico del mundo”. Veremos si su abuelo se lo permite.