Con Pity Álvarez preso. Con Charly García que, a duras penas, puede hacer un corte de manga –no le pidan que revolee un teclado-. Con los Redonditos separados y con las leyendas del punk vernáculo, venidos a menos y padres de familia. La única esperanza de la rebeldía criolla hay que buscarla en otra parte. Y el único postulante al trono de espadas de los rebelde way es, ni más ni menos, que Carlitos La Mona Jiménez.

Number one del cuarteto, con tantos años en escenarios como Mirtha en los almuerzos, Jiménez sigue trepando a titular de medio tremendista con peripecias más punk que los propios punk.

Cada dos por tres, la Mona es noticia, y ya no por sus discos que saca a velocidad viral: dos al año. Desde junio del 2015, donde una fan trepó a escenario y lo masturbó en vivo –cuando le pidieron explicaciones dijo: “Ellas me lo piden”-. A un comentario poco feliz en el 2017, donde alentó a que se fuera Maduro de Venezuela, de lo contrario, se acostaba con su hija. Hasta una semana atrás que paró un show porque le habían robado el celular a un bailarín. Y días pasados, dio por cerrado un recital en EL Brete, a 150 km de Córdoba capital maldiciendo a medio mundo, porque se había desatado una batalla campal del público.

Hace parodia de Juego de Tronos para anunciar un show. Lo homenajean con mural en Sargento Cabral. Tiene discografía disponible en Spotify. Lo convocan para tocar en el Premium festival Lolapalloza. Y por estos meses, va a juicio oral acusado de plagio –por su hit “Por lo que yo te quiero”-. Lo acusan de clonar un tema del grupo español Mocedades de los ’80 –lo único que hizo la Mona fue cambiarle el “con” del título original por el “por” y registrarlo a su nombre, el de su esposa y un músico-.

De tanto pasear por la cornisa, La Mona parece inimputable. Ya nadie sabe si acusarlo de machista. De lengua larga. O simplemente de sinceridad brutal.

Ya Jiménez tiene 68 pirulos. Y aún, parece, no se ha tomado todo el vino.