Los directores y guionistas, insisten en que siempre un personaje malvado es más atractivo que uno buenito y moral. Pues los malvados, dicen ellos, se permiten hacer cosas que el resto no se atreve. Ellos saltan la valla. Pisan terreno ajeno. Se pasan los códigos por el reverendo rábano. Los creadores consagrados de horror como Stephen King, dicen que el horror es un género liberador: uno sublima miedos viendo sus peores temores pero con una pantalla de por medio y sin moverse del sillón.

Ahora bien, cómo explicará esta gente el éxito de historias desgarradoras en formato televisivo donde no existe un villano, ni maldición, ni fantasma –desde Titanic, hasta la tragedia aérea de los Andes donde, a mediados de los ’70, unos rugbiers uruguayos se comieron a las víctimas para sobrevivir-. Qué resortes psicológicos hacen que, este año, Chernobyl la serie de HBO basada en la tragedia nuclear más severa de la historia, se transforme en boom televisivo sin precedentes. 

No es del todo verdad que uno ve estas cosas para informarse. Para conocer la verdad de primera mano. No es la pasión por la historia lo que moviliza a los espectadores. Es, aunque duela, una forma solapada de sadismo. De disfrute por el derrumbe. La exacerbación del espectador que, vaya a saber por qué, le gusta ver sufrimiento y más sufrimiento. Cuanto más real, mejor aún. No es verdad tampoco que uno mira la serie para que no se vuelva a repetir: esto no es el holocausto, esto es desidia y desgracia. 

No hay nada para discutir en Chernobyl. No hay debate para levantar. Sólo un pésame sin fin: una detonación 100 veces más radioactiva que la bomba de Hiroshima, restos que volaron dos km y medio, más de 4 mil muertos –el 75% de los rescatistas-, 784.320 hectáreas agrícolas inutilizadas, 694.200 hectáreas de bosque para madereras destruidas, malformaciones, enfermedades virulentas y tempranas, cientos de miles de desplazados, un costo ecológico que ya se tragó cientos de miles de millones de dólares. Y una contaminación que, coinciden expertos, tardará 500 años en erradicarse. 

El éxito de la serie disparó en un 40% el turismo en Ucrania y en la zona del desastre. Miles de descerebrados se toman fotos en el lugar de la desgracia –una modelo hasta se hizo tomas eróticas-. Y llevaron el correlato fanático de la serie a un nivel tal de demencia, que el propio creador Craig Mazin, pidió más respeto. Mientras que el gobierno ruso, advirtió que la serie no cuenta toda la verdad y que, pronto, ellos tendrán su propia producción contando la otra trama de la historia: según ellos, la explosión huele a sabotaje de los Estados Unidos.

La carrera del propio creador de la serie lo explica todo: Craig Mazin no es historiador, ni ecologista ni nada parecido. Estuvo detrás del éxito de parodias de superhéroes, y parodias de horror como Scary Movie, y de dos films de la demente The Hangover. Los rusos y los sobrevivientes del desastre, tienen motivos de sobra para sentirse enfadados.