Los diarios titularon la noticia como si fuera la despedida de un ídolo. Apelaban a adjetivos sentimentales como “tristeza”, “frío” y “caída”. No se trataba de la muerte de la gran Coca Sarli. Era una despedida, más bien,inmobiliaria: el cierre del Shopping de Villa del Parque, inaugurado 24 años atrás. La primera vez que, algo así, ocurría en la ciudad de Buenos Aires. Tragedia total. Drama absoluto. Pesar infinito.
Los medios buscaban razones para semejante muerte inesperada: cambios en el flujo del barrio, alquileres de locales a precio cósmico, y el desplome de las ventas shoppineras. Un cronista de Clarín desandó, nostálgico, el Del Parque Shopping Center, atravesó el patio de comidas desierto, el cine cerrado desde hace meses, y apuntó: “recorrer los tres pisos del edificio no es tarea grata: hay sectores cerrados, escaleras valladas -alguna de ellas mecánicas- y sanitarios con poco mantenimiento. El frío se siente al recorrer los pasillos”.
Los que tenemos más de 40, vimos en carne propia en los ’90, el aterrizaje y puesta en escena, festiva y rimbombante, de los shoppings. Uno por aquí, otro por allá. Y cuando uno quería acordarse, tenía que lidiar con shoppings tanto para ir al cine, como para comprarse una pilcha o incluso a veces, para almorzar dignamente. El correlato y los daños colaterales por entonces eran colosales: negocios de barrio arruinados, oficios desplazados, generaciones y generaciones de almaceneros que, de la noche a la mañana, se quedaban en pampa y la vía, obligados, también ellos, a adquirir productos en esas naves espaciales del consumo.
Era el comienzo de la fiesta. La ciudadela del comprar por comprar. Diversión, consumo, gastronomía, todo en el mismo lugar. Y en especial, con seguridad privada, libre del mal del pobrerío.
Lo que era modelo ajeno y foráneo, terminó, 20 años más tarde convirtiéndose en color local: sólo en la ciudad de Buenos Aires, se edificaron 12 shoppings y ya formaron parte del ADN porteño. Algunos más lujosos que otros, pero todos con la misma impronta: la salida que mezclaba paseo y compra todo en el mismo combo.
Y ahora ese mundo, compras on line mediante, se está acabando. Esos pasillos antes de fiesta, ahora, como repetía el cronista de Clarín, parecen cada vez más fríos, el mármol es cada vez más fúnebre. Y esos inversores millonarios que pronosticaban el inicio de una nueva era, ahora ven como, también a ellos, les llegó el invierno.
Quién sabe: tal vez en un futuro sin shoppings, tras más de 20 años de espera, regresen los verduleros, los almaceneros y el zapatero del barrio. Y todo vuelva, al fin, a la normalidad.