Las empresas le temen más que al Papa. Y sus twits meten más miedo que los de Trump. Sin dudas, la activista teen Greta Thunberg cada vez que sube un texto a las redes genera pánico escénico entre las empresas. ¿Por qué? Porque su conciencia verde, que le impide comer carne y hasta viajar en avión –para reducir el costo ambiental- tiene millones de seguidores y cada una de sus bajadas de pulgar, puertas adentro de las empresas, se viven como la hecatombe. No importa dónde Greta ponga el ojo, los CEOs tiemblan, las bolsas se sacuden, y los cimientos de este mundo, basado en guita y solamente guita, crujen.
Sucedió una semana atrás, con una empresa alemana de trenes: la Deutsche Bahn. Greta subió una foto a bordo de un tren con dos valijas y tres bolsos apilados y sentada en el suelo. Protestó sutilmente por “los trenes abarrotados en Alemania”. La empresa, primero entró en pánico y luego salió a defender vía twitter que sus trenes no impactan en el medio ambiente y más tarde, fue más drástica: dijo que Greta olvidó mencionar el buen trato que le dieron sus empelados en la primera clase.
Al final Greta, que acaba de ser nombrada personalidad del año –a pesar de las objeciones de Trump-, dijo que pudo sentarse a mitad de camino y que los trenes abarrotados son un signo de que la gente elige más viajar en tren. Y no otra cosa. No importa cuánto quisiera bajar la tensión, el duelo ya había escalado en twiter a tendencia de la semana –la empresa Deutsche Bahn tiene fama blindada de puntualidad y eficiencia alemana-. Pero no importa el legado eterno, la coherencia institucional, ni el sinfín de trenes que llegan y parten a horario, si Greta viaja en el suelo, agarrate. La conciencia verde no perdona.