Los dos, de algún modo, estuvieron involucrados con el arrojo de seres que caen del cielo. A uno, de hecho, lo condenaron por esto a 1.084 años de prisión. Al otro, le llegó la condena social que, a veces, es peor.

Sucedió con pocos días de diferencia: mientras uno, el primero, era puesto en libertad tras 22 años de condena, al otro, le quitaban apoyos comerciales, y sus aliados de siempre le soltaban la mano. Es probable que el nombre del primero, Adolfo Scilingo , exteniente de fragata, se olvide pronto. Y que los pormenores de los “vuelos de la muerte”, donde pilotos siniestros como él arrojaban cuerpos de presos políticos al mar, en uno de los capítulos más siniestros de la dictadura, sea tristemente borrado del inconsciente colectivo. Pero del otro, el segundo, en su grotesco coctel de riqueza, verano en Punta, y aburrimiento cool, es un episodio que nadie olvidará. A Federico Álvarez Castillo, dueño de Etiqueta Negra, no importa lo que, de ahora en más haga, quedará grabado a fuego en el inconsciente colectivo como el empresario que recibió alegre y chistoso, un cordero lanzado desde un helicóptero en la piscina de su casa de verano. Álvarez Castillo podrá donar millones en obras benéficas, acabar el hambre en el Impenetrable Chaqueño, decir cosas muy espirituales, ordenarse monje que no cambiará en nada. La condena social no siempre obedece los mismos parámetros de la condena penal. Es caprichosa, histérica, en carne viva. Perdonar, no perdona. 

Y es así como los vuelos de la muerte, pasarán pronto al olvido, mientras Scilingo camina por las calles de España, de donde fue liberado, anónimo y free as a bird. Mientras tanto, los vuelos del cordero ameritarán debates encendidos, portadas de diario, y la debacle de un empresario textil que inscribe su nombre en la lista negra del escrache social donde nadie olvida, nunca jamás.