Más peligroso que amenaza de peste mundial, es el miedo patológico al aburrimiento. La gente, aislada en casa, tiene pánico a esa sensación de sinsabor existencial que es cuando uno se pudre. En un escenario de cuarentena social, lo primero que se ha hecho –antes que disparar protocolos de salud- fue disparar protocolos de entretenimiento: películas gratis, libros gratis, museos virtuales gratis, teatro gratis. No vaya a ser que la gente caiga en la peste bajonera del tedio y se dispare la psicosis social, las bolsas desplomen más de lo que ya se han desplomado, el riesgo país se eleve cual barrilete y demases. 

Por qué será que molesta tanto el aburrimiento y no permitimos, no señora, no señora, que nuestros hijos jamás se aburran ni siquiera con los anuncios de Youtube. Desde luego, eso sería, terminantemente, fracasar como padres. Niños malcriados, sí, por supuesto. Pero aburridos, jamás.

Pero ¿por qué tanta saña con el aburrimiento, el embole, el plomo? ¿Qué se juega cuando literalmente nos enfrentamos a no tener nada que hacer? ¿Por qué la desesperación?

Es extraño, pues a lo largo de los siglos, los maestros espirituales señalan que el aburrimiento es una señal auspiciosa. Un indicio de que los encantos perecederos y pobretones de este mundo ya no pueden cautivarlo. Que haya más gente aburrida, dicen. Que la gente se aburra a punto tal que decidan cambiar algo en su vida. Que se recontra re embolen bien embolados para descubrir el engaño millonario del entretenimiento. Esos espejitos de colores que nos ponen delante para que, pobres nosotros, el nene que siempre quiere más no llore. 

Aprovechemos la oportunidad que trae, como correlato, el aislamiento y el encierro, para observar cara a cara al aburrimiento. Mírelo bien, mire cómo va vestido su disfraz de payaso roído, mire con detenimiento sus ojeras de no dormir jamás, sus bolsillos llenos de caramelos, y el temblor nervioso en las manos. El aburrimiento esconde una puerta, dicen los maestros espirituales, que lo cambia todo. La posibilidad, si uno acepta el tedio, de ir más allá de la mente, acercarse al auténtico misterio, el propósito de nuestra vida aquí. Y descubrir que el aburrimiento de aburrido no tiene nada.