Es la pregunta del momento. Con, por ahora, la curva sin sobresaltos de contagios, y la flexibilización a vuelta de página de la cuarentena, ahora sólo queda preguntarnos cómo volver. O, lo que es más existencial: ¿volveremos a ser iguales? 

La pregunta, por supuesto, no sólo apunta a qué clase de actividades nos privaremos de practicar. Qué viajes sacrificaremos. Qué clases de pilates o salsa habrá que adaptar al formato virtual. Lo más importante acá es, básicamente, poder identificar si hay o no hay, una moraleja que se desprenda de todo este aluvión y cuenta nueva.

¿Tendremos algo para aprender? Saldremos de la cuarentena más altruistas, más conscientes de nuestra finitud, más valoradores de lo que antes dábamos por descontados. O saldremos, cual toro en suelta de San Fermín, a engullirlo todo. 

Más salvajes. Más luminosos. La disyuntiva no es menor. Un mundo cabalgado al ritmo de un toro, tiene los días contados. 

Seguiremos siendo animalitos salvajes. O, el encierro y la introspección, no habrán  hecho, aunque sea un poquito, transformar en animales domésticos.

El ser humano es un bicho flexible. Lo tiene todo para elevarse. Y lo tiene todo para hunirse en el hondo bajo fondo donde el barro se subleva.

Hay lecciones que se aprenden con delicadeza, graduales y pausadas. Y a otras, como esta, que se aprenden a machetazos, a fuerza de encierro, soledad y obligado a mirar una y otra vez, las propias miserias.

El tiempo –semanas tal vez nomás- mostrará si el mundo se transforma en espacio luminoso con fondo de violines, o si es selva, naufragio y agarrate catalina. Si es caricia o dentellada. Si es, como cantaba Led Zeppelin: “Escaleras al cielo”. O es, como cantaba AC DC, una rápida y non stop “Autopista al infierno”.