Se llama Byung Chul Han, y cada vez que abre la boca produce un eco global. Es filósofo coreano pero vive desde hace años en Alemania. Sus libros. Sus entrevistas. Sus ensayos son lo más punzante que se ha dicho, reflexionado y polemizado sobre estos tiempos de big data, hiperconsumismo, paranoia y sin sentido global. 

Sus intervenciones, despojadas, incisivas, sin cuartel, son reflejo de lo que debió ser, tiempo atrás, el protagonismo de los primeros filósofos. En ellos, se apoyaban reyes y sultanes para determinar las bases de sus gobiernos, y el panorama por venir.

Los dichos de Han son movilizadores. Han dice que la acumulación de datos es como pornografía de conocimiento. Dice que la falta de rituales despojan la esencia del ser humano. Y que la muerte, en tiempos de Covid, no es, bajo ningún concepto, democrática. “La vulnerabilidad o mortalidad humanas no son democráticas, sino que dependen del estatus social”, comentó en una entrevista reciente que se multiplicó por medio planeta. “Piense por ejemplo en Estados Unidos. Por la Covid-19 están muriendo sobre todo afroamericanos. La situación es similar en Francia. Como consecuencia del confinamiento, los trenes suburbanos que conectan París con los suburbios están abarrotados. Con la Covid-19 enferman y mueren los trabajadores pobres de origen inmigrante en las zonas periféricas de las grandes ciudades. Tienen que trabajar. El teletrabajo no se lo pueden permitir los cuidadores, los trabajadores de las fábricas, los que limpian. Los ricos, por su parte, se mudan a sus casas en el campo”.

Leer a Han duele. Es incómodo. Han jode. Se mete donde nadie se mete. Y destapa sábanas que nadie quiere mirar. Hace el trabajo sucio de pensamiento. Nos muestra, en fin, dónde irá este mundo embriagado en su derrotero de traspiés e inconsciencia. Han es el hombre que prende la luz y da por terminada la fiesta. Un pensador molesto. Irritante. La clase de gente que, milagrosamente, puede salvarnos de nuestro propio desastre.